En tiempos que
no volverán, y uno no sabe si para bien o para mal, los que eran respetados por
los demás lo eran porque eran ricos, curas, militares o porque habían estudiado alguna carrera.
Y, como muestra
de respeto, al dirigirnos a él con la boina en la mano, antecedíamos su nombre
y apellido con la palabra “don”.
Un suponer; a
un arriero que se llamara Manuel , lo llamábamos Manolo y, si hiciera falta,
“Chigate” que era su apodo familiar.
¿Y al médico
del pueblo, el que a todos nos recetaba bicarbonato , digestónico Vicente o
pastillas Okal?
Naturalmente
don Vicente y, cuando entraba en el casino donde los de siempre estaban jugando
al tute, el chanca le arrimaba una silla, el limpiabotas se quitaba la boina y
el encargado llamaba al camarero para que le trajera su copita de aguardiente.
Era ese respeto
al hombre estudiado muy diferente al del que se había hecho rico con el
estraperlo y exigía a sus arrimados y agradadores que rieran sus chistes y ratificaran la veracidad de sus baladronadas.
Un suponer,
decía el especulador:
--He comprao un cochesillo nuevo…
Y se
escandalizaban sus achichincles a coro:
--¿Un
cochesilllo? ¡Un haiga!
Había un forastero de media edad que se
había instalado hacia unos meses y al que todos llamaban de usted y le anteponían
el don a su nombre, sin que se supiera a ciencia cierta su gracia.
--“Es que es
bachiller”, me confidenció el bedel del casino con una mirada de admiración.
¡Cuantos masteres de hoy, adquiridos por su
esfuerzo, sus relaciones o sus artimañas, deberían haberse instalado en mi
pueblo hace medio siglo!…habrían comido
y se les hubiera respetado con el acatamiento que rinde al sabio el que se sabe
ignorante!
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