Hace tres años
que más de la mitad de los andaluces compartieron una misma ilusión: que
seguiría gobernando su partido, como lo viene haciendo desde que les dijeron y
se creyeron que la democracia había llegado para quedarse.
El Partido
Socialista, que gobernaba desde que se inventó Andalucía, se garantizaba en un
acuerdo con el Partido Ciudadanos que seguiría siendo la única mano con acceso
a la ubre de la que fluye la leche vivificante que es el Presupuesto.
Los de
ciudadanos se comprometían a ayudarles en el ordeño, a cambio de que los
socialistas les sonrieran de vez en cuando y no les dieran inesperadamente un
mordisco en la rabadilla.
Fueron así, si
no felices, al menos educados los unos con los otros hasta que los que ponían
en la sociedad el apoyo sin recibir nunca ni una palmada amistosa, dijeron ayer
que se acabó lo que se daba.
En definitiva:
disuelta la coyunda de conveniencia, cada mochuelo tiene que buscar su propio
olivo y, si quiere repartir los gastos de un nuevo acomodo, tendrá que
encontrar otro partido con el que compartir cama y mesa.
Y la gente,
¿qué?
La gente de
por aquí, tanto ahora como hace tres o cuatro mil años, lo que quiere es panem
et circenses, pan y toros, vino y siesta, y, naturalmente, “be together dancing cheek to cheek”, (bailar mejilla
con mejilla).
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