jueves, 3 de enero de 2019

MI AMIGO SIXTO


Ahora que ya despereza su sueño invernal el ronco celo de las perdices, se ha ido a los cerros soñados de las dehesas apretadas de encinas, en las que el áspero gruñido de los cochinos retumba de alcornoque a chaparro.
Se ha muerto Sixto, gran señor de una finca serrana en la que cada año reunía a amigos que competían en la narración de fábulas que les hubiera gustado vivir.
Era Sixto el alma de su Dehesa de los Castriles, y las encinas, colinas, retamas, jaras, y lentiscos le eran tan propios como el murmullo de los arroyos o el lúgubre quejido del cárabo.
Se reunia Sixto con su corte, que éramos sus amigos,  con el pretexto de cazar la perdiz con reclamo .
Nunca un pájaro tan gallardo mientras está vivo puede albergar las picardías y tretas que los cazadores les achacan para intentar burlarlos, ni hay animal de compañía al que su dueño quisiera parecerse tanto.
En las largas sobremesas al socaire del cárdeno reflejo de las llamas de la chimenea, Sixto insistía en que se le narraran con detalle vivencias que le hubieran gustado vivir y amonestaba diligentemente al narrador si su relato difería del que ya antes le había escuchado.
Sixto ya está en el cielo, y de eso no hay duda porque, si no fuera así, ni Dios sería justo ni el Cielo sería Cielo.
Algún dia, si Dios quisiera, me gustaría volver a encontrarme con Sixto pata volver  a rememorar  cómo nos reimos de las bravuconadas de un menestral necio, aquella noche en un bar de El Pedroso.

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