Sobre los
campos de la tierra mía en los que después de cuarenta años de sombríos
nublados dibujaba el amanecer su cenefa luminosa, parece que la noche será perpetua.
¿Cómo el
gazpacho?
Como los
ardores estomacales que provoca el gazpacho, si lo han cargado demasiado de aceite, ajo y
sal.
¿Qué acontece,
qué ocurre, que turbios presagios pronostican el infierno que es, en definitiva,
la pérdida de la esperanza?
Pues muy
sencillo.
Que unos demonios
más o menos colorados se habían conchabado para que, una vez muriera el viejo
que protegía España, en la olla no metieran cuchara nada los que dijeran que el
muerto había sido un tal por cual.
Y así lo
hicieron.
Asi lo
intentaron en toda la finca, pero donde lo consiguieron fue en su vega más
feraz, la parcela más soleada, el sitio fluvial donde mejor se propagaba el
trino de las avecillas canoras, con el rumor de fondo del coro de bajos del
fragor del rio.
Total, que lo
que quiere decir con tanta mariconada es que los rojos socialistas y los
todavia más colorados comunistas han estado mandando en Andalucia desde que se
murió Franco.
Y que en un
descuido quisieron ahorrar en sobornos y perdieron las elecciones.
Eso, y que los
tres que se tuvieron que juntar para echar a los ocupas del terreno, de los
recursos y del afecto de los andaluces, se pegan bocados más feroces entre
ellos que contra los que hasta ahora se comían en solitario la carroña.
¿Y qué
podríamos hacer para que este nuevo acto de tan entretenida comedia como es la
de “España, su autofagia y ventosidades” nos distraiga sin salpicarnos.
Ver el
espectáculo por televisión y, si fuera posible, desde las Islas Célebes, por
ejemplo.
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