Es como el
saquito pasado de moda que el rico le regala al pobre para que lo aproveche
hasta que se lo reemplace por el que, ya amortizado, le cederá cuando renueve
vestuario la siguiente temporada.
Me refiero a
Manuel Valls, ese político que cuando los franceses lo desecharon por haberse
quedado “demodé”, se vino a España para enseñar a los españoles lo que vale un
peine.
En Francia,
donde empieza Europa, a Valls le fue divinamente porque llegó a primer ministro
que es algo así como mayordomo del señorito, el que le plancha los pantalones y
le cepilla los zapatos al Presidente de la Republica.
Su experiencia
francesa debe haberle despertado las esperanzas cortesanas: de cola de león que
fue, aspira a ser cabeza de ratón en España.
Así que le ha dado por ser Presidente del
gobierno en España y que todos lo obedezcan.
Tiene lógica
porque la funcion del primer ministro de Francia es obedecer al Presidente de
la República, que lo contrata o lo despide para que lo sirva y lo obedezca.
El Presidente
del Gobierno en España, sin embargo, tiene quien le escriba los libros en los
que su nombre aparezca como autor, va gratis en avión hasta al cuarto de baño
del palacio en el que vive de balde y, si le diera la gana de ir a Timbuctú y
no le apeteciera hacer el viaje, le traerían Timbuctú con el olor de los
cagajones de sus burros y todo, al dintel de su palacio.
Hay gente
inocente que se pregunta si Valls serviría para Presidente del Gobierno de
España.
Tiremos del
archivo del pasado para que nos de un pronóstico de ese posible futuro: si
España sobrevivió a Zapatero y su débil corazón sigue latiendo a pesar de Sanchez,
sin duda sobreviviría hasta a Valls.
Y es que España es eterna, como el gazpacho. Ni
el afrancesado Valls es capaz de superar a los españoles que, desde que dios mandó
que se hiciera la luz y la luz se hizo, están empecinados en cargarse a España.
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