Un letrero
sobre la pantalla de un programa de antena 3 peguntaba esta mañana: “¿qué hay
en juego en las elecciones europeas?”
Y uno, que lo
que no sepa es porque no le conviene o no le interesa saberlo, cierra los
labios como bebé al que no le gusta la papilla que quieren que se coma.
Hay que
suponer que los candidatos que confían en llevarse el gato al agua son los más interesados en esas
elecciones porque saben que, si las ganan, no tienen garantizadas las
habichuelas para los próximos cuatro sino hasta los chuletones de Kobe salpìmentados
con lagrimas de ángeles.
Y ¿para qué
sirve un parlamentario europeo?
a) Para
taparle la boca al que, si lo tuviera cerca, te daría el coñazo.
b) Para comprobar
si es verdad eso de que la distancia es el olvido.
Hay diputados al Parlamento Europeo que
sospechan que el mero-mero de su partido los ha mandado lejos para taparles la
boca. Son los listos.
Los torpes
están convencidos de que es tan grande su talento que sería un desperdicio
limitar su beneficio a los españoles, y privar de su influencia a europeos y otros
menos favorecidos humanos.
Pero, de
verdad, de verdad, ¿por qué hay diputados europeos y para qué sirven?
Como todos los
políticos, y más si han sido electos para el cargo, no sirven para nada. De
hecho, todo lo que hacen lo hacen malamente y a conciencia, para que los
catetos se convenzan de la falta que hacen los políticos para arreglarlo.
--¿Y si en vez
de arreglarlo lo empeoran?
--Obviamente,
se echan nuevas elecciones.
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