Hablaba Pio
Baroja de un fantasma sin ensabanar que advertía a los incautos: “soy el
terrible Muñoz / el asesino feroz…”.
Antonio Aguilar, el corridista
mexicano, decía de una presumida que..”cuando te dicen adiós/ te crees la
divina garza” .
Que se junten y coordinen
novelistas, bardos y hasta publicistas mercantiles para cantar las alabanzas de
Ciudadanos, esa tribu fronteriza entre el sudeste de Francia y el nordeste de
España, a los que lo primero les viene ancho y lo segundo estrecho.
A los que hasta un eructo les
sorprende Ciudadanos los tiene desconcertados.
No así a gente que, como
servidor, recuerda con sorprendida fascinación la primera impresión que tuvo de
Cataluña y los catalanes: los viajantes de comercio que visitaban a los tenderos
ofreciéndoles paños y otras telas para que los sastres locales confeccionaran
vestidos para bodas y funerales.
Todo lo que contaban y decían (y
decian y contaban sin parar porque su charla embaucaba a los pretendidos
clientes) era digno de crédito porque
a) el acento de su habla era
idéntico o parecido al de la gente de estudios.
b) procedian de lugares que los
locales solo podrían aspirar a conocer si les tocara hacer en ellos la mili.
Por esa entre otras razones, como
la de menospreciar lo común tanto como se sobrevalora lo exótico, la magia de
lo desconocido ya no es el fogonazo de magnesio que cegaba a los novios fotografiados
en la penumbra de la iglesia.
¿Qué queda de paradisíaco y
exótico en aquellas playas remotas en las que la franja de arena rubia era la
frontera entre el mar turquesa y la selva verdinegra?
Lo que de la virginidad se
recuerda a veces en la castidad perdida: la añoranza, lo que pudo haber sido y
no fue. El sucedáneo de lo que es auténtico.
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