En aquellos tremendos tiempos idos, el hombre
recurría a lo que dijera el más pirado de todos, el profeta, para saber lo que
iba a ocurrir.
El resultado
inexorable era que, como el profeta hablaba de una manera que nadie entendía,
cuando pasaba lo que tenia que pasar los pillaba a todos en el retrete y con
las bragas por las rodillas.
Un suponer:
imagínense que a un pueblo que hablara un
idioma tan ininteligible como es para los españoles más torpes el acento
andaluz, le dijeran: “Mane, techel, fares”.
Es lo que, se
cuenta, apareció escrito en las paredes del salón del palacio de un rey de
Babilonia que tenía encarcelados a los judios, uno de los cuales escribió después
la historia.
--Entonces hay
que dudar tanto de esa versión como de las que escribe El Pais sobre Pedro Sanchez, que es el que los
convida a molletes con manteca colorá.
Los españoles
no andaluces, que parece que todavía llevan parte de la cáscara de huevo pegada
el culo, con ese tonillo de autosuficiencia
con el que disfrazan su desfachatez, sinónimo
de inverecundia, contestarían “…venga ya…”.
El aire
despectivo de la respuesta enmascara la ignorancia, sustentada en la cerrazon
mental del que se defiende despreciando al que sabe que debería admirar.
--¿Y que paso
con esas palabras raras?
--Pues que un
sabio naturalmente judio, que era el
pueblo al que tenía esclavizado como a mujer del siglo XXI el gachó que daba el
banquete, les explico la explicación del arcano.
En definitiva,
les dijo lo que a él le convenía que creyeran lo que decía lo escrito en las
paredes: que como no soltara a los judios que tenían presos se iba a enterar.
--¿Y los soltó?
-- Y hasta
celebraron en adelante matrimonios mixtos, en los que los babilonios se casaban
con judias, que estaban tan sabrosas como las habichuelas de los potajes.
--Si es que lo
que ahora que hay de todo falta, son profetas.
--Los hay. Los
llaman políticos y, como los profetas de antes, viven divinamente del cuento.
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