Si algun historiador futuro narrara la España posterior a la dictadura no la definiría como la España democrática, sino como “La España de Jaimito”.
--¿Jaimito?
Era un pillastre de mi pueblo que cubria su cabeza con un trapo que, en su dia, debió ser bonete clerical.
Fue don Abundio, un cura escéptico el que, para librarse del acoso de Jaimito, acabó dándoselo.
Acudía a confesarse con don Abundio una mocita pizpireta y de protuberancias respingonas que pedía consejo a don Abundio para librarse del acoso al que la tenia sometida uno del pueblo.
--“Es que, Don Abundio, quiere mancillar mi honra".
Cuando a instancias del cura identificó a su pretendiente, Don Abundio exhaló un profundo suspiro y musitó: “¿Jaimito?, entonces, hija, date por fornicada”.
Haría bien Pedro Sanchez, en su función de mocita en edad de merecer, de hacer caso al consejo que le daría cualquier confesor prudente al que le preguntara qué debería hacer y qué decir o callar, en sus tratativas con Pablo Iglesias.
Pues está claro y cristalino:
Eso de la política se ha visto siempre en la España tradicional y católica como para los curas lo era el ejercicio amatorio protagonizado por los demás.
Como los curas deberían hacer abiertamente lo que hacen de tapadillo, que Sanchez se relaje y disfrute la coyunda a la que tan apasionadamente lo incita Pablo Iglesias, el macha alfa o venado cubreciervas de los riscos y serranías de la agreste España.
Y que, al fruto de esa coyunda, le den el nombre de Armagedon.
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