Ay este día de muertos en que los que ya somos viejos
visitábamos el cementerio estrenando el saquito que nuestras madres habían
tejido durante el tórrido verano.
Como pavos reales
íbamos, y ahora vamos cabizbundos y meditabajos, agobiados por el peso de la
responsabilidad que, para ejercerla sin error, nos tiene a todos achantados.
¿Qué pasa?¿Hay que
salvar a alguien? ¿Hay que matar a alguien?
Peor, hay que decidir, cada uno en la intimidad inviolable
de su mismidad, a quien de entre todos le corresponde el privilegio y el
sacrificio de pensar por todos, de decidir por todos, de velar por todos.
¿Otras elecciones?
Y las que haga falta, que bastantes penalidades sufrimos y demasiadas
humillaciones padecimos cuando teníamos que obedecer al que mandaba sin que lo
hubiéramos mandatado para que lo hiciera.
¿Pues no dicen que
cualquiera tiempo pasado fue mejor?
Y lo es. Esperemos para comprobarlo a que gobierne el futuro
dictador de la próxima dictadura.
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