En tiempos como los actuales en los que se
estimula el consumo, votar se restringe como se racionaba el pan en los
nefastos tiempos de la dictadura.
Lo congruente
sería que los partidos compitieran entre sí ofreciendo a sus votantes la
posibilidad de que, en el acto de depositar su voto y por el mismo esfuerzo, echaran
por la rendija de la urna un número indeterminado de papeletas.
Así, sería el partido
que ofreciera aceptar más votos por votante el que tendría más posibilidades de
ganar.
Otra modificación inaplazable
en esta manía de votar, tan reciente que no acaba de asentarse en el imaginario
colectivo, es la de ofrecer al votante a cambio de su voto el oro, el moro y la
llave mohosa que abrirá el cofre del tesoro.
¿No sería mejor que
los apoderados de los partidos en el colegio electoral estimularan la simpatía
del votante, ofreciéndoles a cambio una cantidad en metálico y que no tenga por
qué aparecer en la declaración de la renta?
Habría muchos
que se harían votantes profesionales. Y bajaría el número de parados en las
listas de INEM.
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