Ha bastado una
frase para desbaratar una patraña: la de que el actual sistema político español
es una democracia.
Porque democracia
es un sistema de organización de los pueblos basado en la independencia, soberanía
y autonomía de cada uno de los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial)
del Estado.
Bastó una
inoportuna bravuconada del Presidente del Gobierno (la de que daría instrucciones
al fiscal general para que actuara) y la tan alardeada democracia española se quedó
con el culo al aire.
Eso lo sabíamos todos
desde que, va para medio siglo, la muerte del Dictador empujó a los españoles a
proclamarse una democracia sin saber qué era eso, donde empezaba y donde terminaba
el novedoso sistema.
¿Y ahora, qué?
Pues a aguantar el
chaparrón y dejar que pase el tiempo hasta que se olvide la baladronada del que funge como presidente
del gobierno y procurar que el que mande, lo haga mal o bien, sea menos
casquivano.
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