Como debería ser
bien sabido por lo mucho que se ha repetido, lo que no puede ser no puede ser.
-- ¿Y qué no puede
ser, si se puede saber?
--Pues que eso de la democracia, en España, como que no.
Por algo será.
Como todas las
desgracias, viene de muy antiguo, de cuando unos reyes que mandaban en España,
conocidos por católicos, pasaron a una vida todavía más regalada que la que en
la tierra habían llevado.
--Y como la niña
que tenían se casó con un mocito que no le daba lo que necesitaba, se volvió loca
y el liviano peso de la corona (¿de la corona, o de la jerarquía que significaba
ceñirse la corona? pasó a su hijo mayor, el más viejo de los nietos de los
abuelos.
Hasta ahí, todo correcto
y acorde con las tradiciones y costumbres de aquella época en la que todavía ni
se había intentado Internet.
Si todo se hizo según
costumbres y el reglamento, ¿qué pudo salir mal?
--Todo, porque el que vino a mandar en España no tenía ni
pajolera idea de lo que España era, y el que se fue a mandar a Viena en representación
del que se había quedado en España no tenía ni pajolera de Austria, pero lo sabía
todo de España.
En definitiva: que
el que se vino a reinar a España seguía siendo emperador de Austria y, como emperador,
le mandaba a sí mismo, de calidad de Rey de España, que todo el oro, la plata,
la cocaína y los guacamayos americanos se los diera para, con lo que sacara,
apuntalar el Imperio Austríaco.
--Pero, entonces,
los españoles nunca mandaron en el mundo.
--Pues no. Eran unos
pringaos. Como ahora. Como siempre.
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