Lo de Placido
Domingo es tan sorprendente que, si uno lo piensa despacito, no puede más que
exclamar asombrado “hay que ver…”
Un tio que se
supone que canta ahora tan bien como cantaba desde los más terremotos tiempos
de la prehistoria, no puede decir ni pio porque nadie quiere oírlo.
--Se habrá quedado
ronco, de tanto fumar.
--Qué va…es que ahora
se quejan las que antes no se quejaban de que les metio mano, o intentó
meterles mano, a cambio de que las dejara cantar en sus espectáculos.
--Espectáculos
pornográficos, naturalmente.
--Nada de eso. De ópera,
esa modalidad de cante en la que los gritos abundan más que los susurros.
--Y ahora, ¿qué va
a pasar?
--Pues que si quiere
seguir cantando el que hasta ahora cobraba un dineral a los que pagaban por oírlo
cantar, ya ha cantado eso de “miserere mei Deus” y lo de “perdona a tu pueblo,
señor, perdónalo señor”.
¿Y si en vez de
meterle mano a las señoras le hubiera metido mano a otros caballeros?
--Pues nada, que
para eso está lo de la libertad sexual.
-- Coño, pues que Domingo cambie de gustos y
salga a escena abrazando con pasión un ramo de magnolias.
--O de azucenas.
--De azucenas no,
que siempre han simbolizado la casta inocencia.
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