Hace media eternidad que señoras y caballeros bien trajeados
se suceden en televisión elogiándose a ellos mismos por lo bien que han hecho
lo que tan generosamente les pagan para que hagan.
Eran, y siguen
siendo por desgracia, los ministros de éste gobierno que desaprovechó la ocasión
de demostrar que servían para desempeñar el cargo por el que tan generosamente
se les paga.
¿Encubrían sus
autoelogios el reconocimiento de su incapacidad?
Nunca tantos
mediocres perdieron una ocasión tan propicia para demostrar que habían sido
acreedores a la confianza que tan incautamente les confiaron.
¿O es que, inevitablemente,
al ciego le conviene rodearse de tuertos para que su ceguera sea menos
evidente?
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