Ripios
DON LUIS, llamado CALVO
pese a su pelo frondoso,
por la intriga traicionera
de un denunciante alevoso,
se vio en Londres entre rejas
preso, malmirado y solo.
Antes de su apresamiento
era Luis Calvo, y lo fue,
el respetable enviado
del madrileño abc
para relatar la guerra
en que combatía el inglés
desde la misma Inglaterra.
La calumnia tendenciosa
de un artero acusador
inculpaba al escritor
de una misión tenebrosa.
En la histeria que las bombas
del bombardeo alemán
esparció en la Gran Bretaña,
se creyó la policía,
aunque fuera una patraña
que Luis era un espía.
Como a un agente enemigo,
sentencian al reportero
al más cruel de los castigos:
morir por arma de fuego
de espaldas a un paredón,
a primera luz del alba
del patio de la prisión.
La noche previa, en capilla,
fué la angustia y el terror
de aquella muerte de espanto
lo que a su pelo causó
que cambiara de color
del oscuro negro al blanco.
Blanco, como es el del pepe,
pero blanco desde niño,
el Pepe del Remendón,
que es el pepe de Pepiño.
¿Fue negro el color del pepe
antes de que el artesano
lo usara como una lezna
en su banqueta sentado?
¿O blanco como el armiño
ha sido siempre el color
de Zapatero, el Pepiño?
Si Pepiño no era blanco
ni era calvo don Luis,
¿quien me garantiza a mi
que sean los gatos pardos?
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domingo, 7 de diciembre de 2008
sábado, 6 de diciembre de 2008
PABLO Y SU ANGEL DE LA GUARDA
En los primeros quince meses de su vida, Pablo ha aprendido a meter los dedos en todos los enchufes, a apoderarse de los juguetes de su hermano Juan (cuatro años), a acariciar sin hacerle daño a su hermano Andrés (un mes), a emborronar paredes y papeles, a emboscarse donde nadie lo encuentre… y a reírse hasta cuando llora.
Pablo es, pues, un niño modelo y un modelo de niño.
Querubines ceñudos
cantan fandangos
cuando en suerte les toca
velar por Pablo.
Se ofrecen voluntarios
los querubines
y quieren que a su guarda
se les destine.
Pero un ángel novicio
muy apocado
pide que lo releven
de su cuidado.
Y es que cuando su turno
con Pablo acaba
vacaciones precisa
de campo y playa.
Dice que es un diablo,
esa criatura
porque nunca terminan
sus travesuras.
A San Pedro le exige
un sobresueldo
y que cien más lo ayuden
a protegerlo.
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Pablo es, pues, un niño modelo y un modelo de niño.
Querubines ceñudos
cantan fandangos
cuando en suerte les toca
velar por Pablo.
Se ofrecen voluntarios
los querubines
y quieren que a su guarda
se les destine.
Pero un ángel novicio
muy apocado
pide que lo releven
de su cuidado.
Y es que cuando su turno
con Pablo acaba
vacaciones precisa
de campo y playa.
Dice que es un diablo,
esa criatura
porque nunca terminan
sus travesuras.
A San Pedro le exige
un sobresueldo
y que cien más lo ayuden
a protegerlo.
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viernes, 5 de diciembre de 2008
MAULLIDOS DE GATOS
Aunque parezca mentira, queda entre Andorra y Gibraltar algún que otro ciudadano que no vota al PP, al PSOE, ni a nadie.
Hay quien, sencillamente, no vota.
No se le debe considerar un irresponsable, porque presenta anualmente la Declaración de la Renta desde que la hizo aprobar el voluble Paco Fernandez Ordóñez, al que durante todo un vuelo entre Madrid y Nueva York lo oyó criticar la inepcia de su antecesor en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cumple, pues, con la obligación que más interesa al Estado, la de pagarle.
Ese ciudadano, que no vota porque no quiere, ha tenido ocasión de tratar a bastantes políticos nacionales y extranjeros y, porque los conoció, a pocos de ellos le compraría lo que le ofrecieran como una ganga.
Alguno que ha renunciado gustosamente al placer de votar llegó a lo que un redicho llamaría “la cúspide de su carrera” en una empresa del estado con un gobierno del PSOE, de la que lo echaron con uno del PP.
Ni por agradecimiento se ha sentido nunca inducido a votar al PSOE ni, por despecho, lo ha hecho contra el PP.
Además de porque no le da la gana, no vota porque los políticos logran su condición de candidatos por lealtad a la burocracia de sus partidos y no porque sean los mejores para los votantes.
Y no los vota, además, porque seguimos, de hecho, en un régimen dictatorial, aunque no de dictadura personal.
A la muerte del Dictador, el poder que la muerte le arrebató y al que se había aupado por la fortuna con que lo favoreció la guerra, la mayor parte de los ciudadanos se creyeron que recuperarían el poder que el Dictador usurpó al pueblo.
Hay quien no vota porque el Poder del Dictador lo monopolizan ahora, compartiéndolo entre ellas, las burocracias de los partidos, que ni siquiera tuvieron que ganar una guerra para quedárselo.
Y, además, porque no confiaría ni en sí mismo, que es a quien mejor conoce, si le prometiera que va a resolver los problemas de otros.
Tan reacio a dar consejos suele ser el no votante como a votar, así que si a alguien le entretiene, que vote cada vez que pueda. De nada sirve, pero tampoco cuesta mucho.
Pero que tenga en cuenta que su participación en una elección, aunque sea blanco el voto que deposite, implica su aceptación de todo el proceso y de su resultado, aunque el electo no haya sido el candidato al que dio su voto.
Quejarse del gobernante en cuya elección se tomó parte es mayor trivialidad que extrañarse de que los gatos maullen, en enero, en los tejados.
Hay quien, sencillamente, no vota.
No se le debe considerar un irresponsable, porque presenta anualmente la Declaración de la Renta desde que la hizo aprobar el voluble Paco Fernandez Ordóñez, al que durante todo un vuelo entre Madrid y Nueva York lo oyó criticar la inepcia de su antecesor en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cumple, pues, con la obligación que más interesa al Estado, la de pagarle.
Ese ciudadano, que no vota porque no quiere, ha tenido ocasión de tratar a bastantes políticos nacionales y extranjeros y, porque los conoció, a pocos de ellos le compraría lo que le ofrecieran como una ganga.
Alguno que ha renunciado gustosamente al placer de votar llegó a lo que un redicho llamaría “la cúspide de su carrera” en una empresa del estado con un gobierno del PSOE, de la que lo echaron con uno del PP.
Ni por agradecimiento se ha sentido nunca inducido a votar al PSOE ni, por despecho, lo ha hecho contra el PP.
Además de porque no le da la gana, no vota porque los políticos logran su condición de candidatos por lealtad a la burocracia de sus partidos y no porque sean los mejores para los votantes.
Y no los vota, además, porque seguimos, de hecho, en un régimen dictatorial, aunque no de dictadura personal.
A la muerte del Dictador, el poder que la muerte le arrebató y al que se había aupado por la fortuna con que lo favoreció la guerra, la mayor parte de los ciudadanos se creyeron que recuperarían el poder que el Dictador usurpó al pueblo.
Hay quien no vota porque el Poder del Dictador lo monopolizan ahora, compartiéndolo entre ellas, las burocracias de los partidos, que ni siquiera tuvieron que ganar una guerra para quedárselo.
Y, además, porque no confiaría ni en sí mismo, que es a quien mejor conoce, si le prometiera que va a resolver los problemas de otros.
Tan reacio a dar consejos suele ser el no votante como a votar, así que si a alguien le entretiene, que vote cada vez que pueda. De nada sirve, pero tampoco cuesta mucho.
Pero que tenga en cuenta que su participación en una elección, aunque sea blanco el voto que deposite, implica su aceptación de todo el proceso y de su resultado, aunque el electo no haya sido el candidato al que dio su voto.
Quejarse del gobernante en cuya elección se tomó parte es mayor trivialidad que extrañarse de que los gatos maullen, en enero, en los tejados.
jueves, 4 de diciembre de 2008
ETA: VICTIMARIOS Y VICTIMAS
Miran desafiantes a los policías que ocultan su identidad tras una capucha.
Insultan y amenazan a los jueces que los condenan.
Celebran en la cárcel los asesinatos que cometen los que siguen sueltos.
Exigen la libertad de asesinos encarcelados.
Proclaman su respaldo a organizaciones que amparan a los asesinos.
Rotulan con el de asesinos el nombre de las calles.
Comparten con los asesinos el objetivo por el que dicen que asesinan.
Son los terroristas de ETA y sus cómplices.
Titubean cuando les preguntan si son vascos o españoles.
Titubean cuando se les pide que condenen a los terroristas.
Titubean cuando se les propone acabar, sin negociar, con ETA.
Titubean cuando se les plantea tratar con el mayor rigor a los asesinos.
Titubean cuando se les advierte que, si no los denuncian, son cómplices de asesinos.
Titubean cuando se les anima a aislar a los asesinos y a quienes los amparan.
Titubean ante la injusta consecuencia de ser allegado de asesino o de víctima.
Son los que estorban la erradicación de ETA.
Lo más cómodo para los enemigos contra los que ETA ha proclamado su guerra ha sido ignorar esa declaración bélica. Excepto para los asesinados.
Aguantar la embestida inmisericorde de los terroristas, como proponía en el funeral del último asesinado uno de los más esclarecidos panegiristas de los objetivos de los asesinos, es colaborar con ellos.
A fuerza de aguantar caerán víctimas de sus balas y de sus bombas todos los que cree ETA que le estorban.
Si ETA tuviera con el panegirista de sus fines la cortesía de dejar que su nombre cierre la nómina de sus víctimas, puede que se percate de su error, cuando ya sea demasiado tarde.
Insultan y amenazan a los jueces que los condenan.
Celebran en la cárcel los asesinatos que cometen los que siguen sueltos.
Exigen la libertad de asesinos encarcelados.
Proclaman su respaldo a organizaciones que amparan a los asesinos.
Rotulan con el de asesinos el nombre de las calles.
Comparten con los asesinos el objetivo por el que dicen que asesinan.
Son los terroristas de ETA y sus cómplices.
Titubean cuando les preguntan si son vascos o españoles.
Titubean cuando se les pide que condenen a los terroristas.
Titubean cuando se les propone acabar, sin negociar, con ETA.
Titubean cuando se les plantea tratar con el mayor rigor a los asesinos.
Titubean cuando se les advierte que, si no los denuncian, son cómplices de asesinos.
Titubean cuando se les anima a aislar a los asesinos y a quienes los amparan.
Titubean ante la injusta consecuencia de ser allegado de asesino o de víctima.
Son los que estorban la erradicación de ETA.
Lo más cómodo para los enemigos contra los que ETA ha proclamado su guerra ha sido ignorar esa declaración bélica. Excepto para los asesinados.
Aguantar la embestida inmisericorde de los terroristas, como proponía en el funeral del último asesinado uno de los más esclarecidos panegiristas de los objetivos de los asesinos, es colaborar con ellos.
A fuerza de aguantar caerán víctimas de sus balas y de sus bombas todos los que cree ETA que le estorban.
Si ETA tuviera con el panegirista de sus fines la cortesía de dejar que su nombre cierre la nómina de sus víctimas, puede que se percate de su error, cuando ya sea demasiado tarde.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
ELEGIR SIN SABER O SABER ELEGIR
Antes de otorgarle su confianza al que quieran que los gobierne, los votantes deberían determinar la virtud que esperan que destaque en su acción de gobierno.
Quejarse de lo que el gobernante haga después de electo para, en algunos casos volverlo a elegir, es como cantar en la ducha: solo sirve para comprobar que careces del arte del canto y de la capacidad de acertar en la elección.
Ocupación, en fin, de holgazanes ociosos que descargan en el elegido la responsabilidad de su equivocada preferencia.
Para evitar la decepción de una elección errónea, conviene simplificar, aunque la simplificación implique el riesgo del sofisma. Simplifiquemos:
Hay dos grandes grupos de gobernados: los que precian la honestidad como indispensable en un gobernante y accesorias sus otras posibles virtudes. Son los buenistas.
Otra parte de los gobernados exigen a sus gobernantes, ante todo, eficacia, y los vicios que puedan evidenciar no pasan, para ellos, de pecadillos veniales. Son los cínicos.
Los buenistas, evidentemente, son los que ven la coquetería en la ratita presumida e ignoran que es un roedor inmundo, peligrosamente prolífico e insaciable, que difunde enfermedades contagiosas.
Los cínicos son los que, siguiendo las enseñanzas de Arístines, rechazan los convencionalismos sociales y defienden una vida austera.
Imaginemos que, siempre fieles a las exigencias de la democracia, nos echamos un referéndum y que más de la mitad de los que voten se pronuncian por un gobernante fundamentalmente honrado.
Los buenistas triunfantes no tendrían más que acudir a un convento de mendicantes y forzar al lego hortelano o al hermano tornero a que acepte la presidencia del gobierno.
Seguro que no encuentran a nadie tan honesto y desprendido.
Pero, ¿y si son mayoría los que optan por la solución cínica? Estaríamos perdidos porque nos encontraríamos con un Aznar en el puesto que ahora ocupa el político con apellido de artesano de la lezna y la chaveta.
Otro riesgo: que el elegido buenista sea realmente tan mentiroso como el cínico o que el cínico resulte tan cándido como el buenista.
Era mejor la dictadura. Como no nos permitían escoger, teníamos razón al quejarnos del que mandaba.
Quejarse de lo que el gobernante haga después de electo para, en algunos casos volverlo a elegir, es como cantar en la ducha: solo sirve para comprobar que careces del arte del canto y de la capacidad de acertar en la elección.
Ocupación, en fin, de holgazanes ociosos que descargan en el elegido la responsabilidad de su equivocada preferencia.
Para evitar la decepción de una elección errónea, conviene simplificar, aunque la simplificación implique el riesgo del sofisma. Simplifiquemos:
Hay dos grandes grupos de gobernados: los que precian la honestidad como indispensable en un gobernante y accesorias sus otras posibles virtudes. Son los buenistas.
Otra parte de los gobernados exigen a sus gobernantes, ante todo, eficacia, y los vicios que puedan evidenciar no pasan, para ellos, de pecadillos veniales. Son los cínicos.
Los buenistas, evidentemente, son los que ven la coquetería en la ratita presumida e ignoran que es un roedor inmundo, peligrosamente prolífico e insaciable, que difunde enfermedades contagiosas.
Los cínicos son los que, siguiendo las enseñanzas de Arístines, rechazan los convencionalismos sociales y defienden una vida austera.
Imaginemos que, siempre fieles a las exigencias de la democracia, nos echamos un referéndum y que más de la mitad de los que voten se pronuncian por un gobernante fundamentalmente honrado.
Los buenistas triunfantes no tendrían más que acudir a un convento de mendicantes y forzar al lego hortelano o al hermano tornero a que acepte la presidencia del gobierno.
Seguro que no encuentran a nadie tan honesto y desprendido.
Pero, ¿y si son mayoría los que optan por la solución cínica? Estaríamos perdidos porque nos encontraríamos con un Aznar en el puesto que ahora ocupa el político con apellido de artesano de la lezna y la chaveta.
Otro riesgo: que el elegido buenista sea realmente tan mentiroso como el cínico o que el cínico resulte tan cándido como el buenista.
Era mejor la dictadura. Como no nos permitían escoger, teníamos razón al quejarnos del que mandaba.
martes, 2 de diciembre de 2008
REDENCION DE CAUTIVOS
Se equivocará el gobernante con apellido de artesano de la lezna y la chaveta si se precipita y nombra un ministro de deportes.
Es mucho más urgente el de redención de cautivos.
Porque a nuestros deportistas, por los éxitos con que nos enorgullecen en sus competiciones internacionales, les va divinamente sin intervención gubernamental.
Como en todo lo que mete mano el gobierno acaba metiendo la pata, sería lícito sospechar que parte del bien hacer de los deportistas españoles es consecuencia de la no intromisión del gobierno en sus esfuerzos.
Hay, sin embargo, un creciente clamor de un número cada vez más copioso de españoles que exigen angustiados que el gobierno los saque de atolladeros en los que, sin que nadie se lo pida, les gusta meterse.
Son los intrépidos descendientes de aquellos conquistadores que, en barcos mal ensamblados, desafiaban la furia de los océanos y, atravesando mares nunca antes navegados, descubrían nuevos mundos.
A los nuevos aventureros españoles no los impulsa el afán de extender los horizontes de Castilla, el de brindarle la oportunidad de redimirse a los paganos que los harían mártires al predicarles la fe verdadera, ni siquiera el de obtener oro y honra a cambio de su desinterés civilizador.
Los nuevos descubridores son más modestos, pero tan fisgones como sus antepasados:
Quieren convencerse por sí mismos de las gangas en bazares morunos, de la sensual molicie nativa en playas indochinas y de lo que cunde pagar en euros los blue jeans etiquetados en dólares.
Están dispuestos a sacrificar la relativa comodidad de su moderadamente segura España por los riesgos que podrían acecharlos en tierras lejanas.
No temen al peligro, mientras el peligro no los amenace.
Pero si los planes de viaje por los que pagaron se torcieran, saben que tienen un gobierno responsable de sacarlos de la incomodidad imprevista.
Y el gobierno, con tantos votantes desperdigados por remotos lugares en conflicto, e incapaz de redimirlos a todos simultáneamente, se las ve y se las desea para contentar a todos con la prontitud de su rescate.
Por eso, para que trace y ejecute planes de repatriación de españoles con celeridad y eficacia, el gobernante remendón haría bien en apresurarse a rehacer su gabinete.
Pero que se olvide de crear un ministerio de deportes, que para nada necesitamos.
Lo que cada vez mas españoles precisan es un ministerio para la redención de cautivos.
Es mucho más urgente el de redención de cautivos.
Porque a nuestros deportistas, por los éxitos con que nos enorgullecen en sus competiciones internacionales, les va divinamente sin intervención gubernamental.
Como en todo lo que mete mano el gobierno acaba metiendo la pata, sería lícito sospechar que parte del bien hacer de los deportistas españoles es consecuencia de la no intromisión del gobierno en sus esfuerzos.
Hay, sin embargo, un creciente clamor de un número cada vez más copioso de españoles que exigen angustiados que el gobierno los saque de atolladeros en los que, sin que nadie se lo pida, les gusta meterse.
Son los intrépidos descendientes de aquellos conquistadores que, en barcos mal ensamblados, desafiaban la furia de los océanos y, atravesando mares nunca antes navegados, descubrían nuevos mundos.
A los nuevos aventureros españoles no los impulsa el afán de extender los horizontes de Castilla, el de brindarle la oportunidad de redimirse a los paganos que los harían mártires al predicarles la fe verdadera, ni siquiera el de obtener oro y honra a cambio de su desinterés civilizador.
Los nuevos descubridores son más modestos, pero tan fisgones como sus antepasados:
Quieren convencerse por sí mismos de las gangas en bazares morunos, de la sensual molicie nativa en playas indochinas y de lo que cunde pagar en euros los blue jeans etiquetados en dólares.
Están dispuestos a sacrificar la relativa comodidad de su moderadamente segura España por los riesgos que podrían acecharlos en tierras lejanas.
No temen al peligro, mientras el peligro no los amenace.
Pero si los planes de viaje por los que pagaron se torcieran, saben que tienen un gobierno responsable de sacarlos de la incomodidad imprevista.
Y el gobierno, con tantos votantes desperdigados por remotos lugares en conflicto, e incapaz de redimirlos a todos simultáneamente, se las ve y se las desea para contentar a todos con la prontitud de su rescate.
Por eso, para que trace y ejecute planes de repatriación de españoles con celeridad y eficacia, el gobernante remendón haría bien en apresurarse a rehacer su gabinete.
Pero que se olvide de crear un ministerio de deportes, que para nada necesitamos.
Lo que cada vez mas españoles precisan es un ministerio para la redención de cautivos.
lunes, 1 de diciembre de 2008
LA TIRANIA DE LA LIBERTAD
Con admiracion a mi maestro Don Antonio y con afecto a Mari Lurdes.
Quien tiene capacidad para dedicar su tiempo a lo que quiera, y no a lo que quieran los demás, es un hombre libre.
Su libertad no solo le permite hacer lo que le guste, sino cambiar de gustos sin que nadie lo fuerce al cambio.
El individuo libre es, pues, caprichoso, voluble, informal, inconstante y tornadizo como un guante de cabritilla.
Si asume obligaciones que ocupen su tiempo, puede y debe incumplirlas sin sonrojarse.
Si se avergüenza de descuidar sus obligaciones, es porque ha dejado de ser libre.
El hombre libre es, pues, un irresponsable, alguien de quien los que se ganan la vida demostrando su responsabilidad ocho horas diarias, harían bien en desconfiar.
Si un hombre libre se compromete a algo, lo cumplirá mientras no descubra algo mejor que hacer.
Quien no sea libre, que no se engañe: conseguir la libertad es menos difícil que conservarla.
La libertad es seductora y artera como una cortesana; descubre los encantos que sabe que nos embelesan con la misma sabiduría con que esconde las taras que podrían repelernos.
La libertad sabe fascinarnos con la mirada de hielo con que la culebra paraliza al ratón, para dejarlo indefenso ante la agresión que maquina.
Es sofista, falaz y perversa. Su astucia nos sugestiona con la entelequia de que hacemos libremente lo que queremos, sin percatarnos de que malgastamos parte de nuestro tiempo en hacerlo.
Sólo los más sagaces, en raros momentos de clarividencia, nos percatamos a veces de que la libertad nos ha quitado parte del tiempo que antes nos pertenecía en su totalidad, como individuos libres que éramos.
El individuo libre, si quiere seguir siéndolo de forma plena y duradera, debería desconfiar de la libertad y hacerse análisis de introspección periódicos, para que el embrujo de la libertad no lo enajene, y la pierda inadvertidamente.
Quien tiene capacidad para dedicar su tiempo a lo que quiera, y no a lo que quieran los demás, es un hombre libre.
Su libertad no solo le permite hacer lo que le guste, sino cambiar de gustos sin que nadie lo fuerce al cambio.
El individuo libre es, pues, caprichoso, voluble, informal, inconstante y tornadizo como un guante de cabritilla.
Si asume obligaciones que ocupen su tiempo, puede y debe incumplirlas sin sonrojarse.
Si se avergüenza de descuidar sus obligaciones, es porque ha dejado de ser libre.
El hombre libre es, pues, un irresponsable, alguien de quien los que se ganan la vida demostrando su responsabilidad ocho horas diarias, harían bien en desconfiar.
Si un hombre libre se compromete a algo, lo cumplirá mientras no descubra algo mejor que hacer.
Quien no sea libre, que no se engañe: conseguir la libertad es menos difícil que conservarla.
La libertad es seductora y artera como una cortesana; descubre los encantos que sabe que nos embelesan con la misma sabiduría con que esconde las taras que podrían repelernos.
La libertad sabe fascinarnos con la mirada de hielo con que la culebra paraliza al ratón, para dejarlo indefenso ante la agresión que maquina.
Es sofista, falaz y perversa. Su astucia nos sugestiona con la entelequia de que hacemos libremente lo que queremos, sin percatarnos de que malgastamos parte de nuestro tiempo en hacerlo.
Sólo los más sagaces, en raros momentos de clarividencia, nos percatamos a veces de que la libertad nos ha quitado parte del tiempo que antes nos pertenecía en su totalidad, como individuos libres que éramos.
El individuo libre, si quiere seguir siéndolo de forma plena y duradera, debería desconfiar de la libertad y hacerse análisis de introspección periódicos, para que el embrujo de la libertad no lo enajene, y la pierda inadvertidamente.
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