Hay creencias que, sin otro mérito que el de que nadie las ponga en duda, pasan por verdades irrefutables.
Arguyendo ese consentimiento unánime, se admitió durante siglos la creación divina del hombre, hasta que Charles Darwin publicó en 1859 su “Teoría de las especies” y posteriormente “El origen del hombre y la selección con relación al sexo”, base de las teorías que hoy explican al hombre como resultado de un proceso evolutivo.
Sería una temeridad discutir la esencia de esa teoría a un sabio tan famoso y, además, inglés, pero es obligatorio corregir una de sus conclusiones: la de que el hombre es consecuencia de la evolución del mono porque, lo que parece evidente, es que es el mono consecuencia de la degradación del hombre.
Circula desde hace años otra peregrina teoría: la de la bondad del deporte y su eficacia para potenciar virtudes de la raza humana como la nobleza y la fraternidad entre los pueblos.
¿Cómo puede ser así, si el objetivo del deportista es imponerse a un semejante, valiéndose de su prepotencia y de toda clase de ardides para ganar?
¿Es noble disparar el balón hacia el ángulo opuesto a aquél en el que se encuentra el portero? ¿Qué hidalguía demuestra el ciclista que demarra cuando su compañero de fuga evidencia cansancio? ¿Fomenta el altruismo la artera intención del tenista al colocar la pelota exactamente donde su contrario no pueda devolverla?
El deporte, está demostrado, exacerba las pasiones entre los competidores y, como en Julio de 1969, puede provocar guerras parecidas a la que se originó entre El Salvador y Honduras tras un partido de sus selecciones nacionales.
¿Quién puede poner en duda que la animadversión natural y recíproca de barceloneses y madrileños la agrava la rivalidad entre el Club de Fútbol Barcelona y el Real Madrid?
Hay circunstancias coincidentes que merece la pena analizar para una cumplida comprensión de la complejidad del problema: la primera es la rara coincidencia de los adversarios en culpar al árbitro de su infortunio.
Siendo el árbitro, como es, el encargado de hacer respetar las reglas, ¿no es la crítica de su actuación un intento deliberado de desprestigiar, por extensión, a todos los agentes y representantes de la autoridad?
Se eliminan así elementos moderadores que pudieran limitar los daños de las pasiones desbocadas.
La prudencia aconseja sospechar que, como nada de lo que ocurre en la sociedad es casual, el fomento del deporte como práctica y como espectáculo es deliberado y consecuencia de una conjura para exterminar, o al menos diezmar, a la población de la Humanidad.
Fomentar el odio y el enfrentamiento de los fanáticos del deporte es uno de los medios para conseguir ese fin, con el concurso complementario de erradicar el consumo del tabaco, para eliminar sus efectos sedantes sobre las turbas asesinas.
Hay que identificar urgentemente a los impulsores de la conjura para combatirla y contrarrestarla, y nada más fácil que hacerse la pregunta del investigador clásico: ¿a quién beneficia?
Naturalmente, a los ecologistas, tan enemigos del tabaco como defensores de que la naturaleza, sin la profanación humana, se conserve como en el quinto día de la Creación.
Conspiran para que, mientras menos sean los habitantes de la tierra, menos casas construyan y menos bichos tengan que esconderse para que no se los coman.
Han decidido fomentar el deporte como medio de exterminar a la Humanidad y limpiar al Planeta de impurezas contaminantes.
Ingrata obligación de los sabios de hoy es advertirlo, y yo he cumplido con esa obligación. Que la humanidad, después de mi aviso, haga lo que quiera.
domingo, 8 de marzo de 2009
viernes, 6 de marzo de 2009
ABORTO Y FLAMENCO
Puede que la reforma de la ley sobre interrupción voluntaria del embarazo sea la iniciativa más delicada y de repercusión más duradera para la sociedad española de la segunda legislatura del gobierno socialista.
La responsabilidad de su aprobación recaerá en los 350 diputados que ahora integran el Congreso pero tendrá consecuencias que trascienden a su coyuntural composición.
La medida, en cuyo debate deberán tenerse en cuenta sensibilidades sociales, religiosas y culturales, además de razones biológicas, médicas, éticas e ideológicas, supone una tutela o intromisión del estado en convicciones íntimas.
Por el impacto que tendrá en generaciones futuras, debería tutelar la reforma quien sepa coordinar con prudencia todos esos condicionantes delicados.
La personalidad de alcances humanistas tan amplios, a la que el presidente del gobierno ha encomendado esa tarea, es Bibiana Aído, Ministra de Igualdad.
Licenciada en Dirección y Administración de Empresas, empleada durante diez meses en una entidad bancaria privada y durante otros tres meses en otro banco, fue candidata sin suerte en dos elecciones en su provincia, Cádiz, antes de que, en Febrero de 2003, la nombraran Delegada de la Consejería de Cultura en Cádiz y Directora de la Junta Andaluza para el Desarrollo del Flamenco de donde pasó, en Abril de 2008 y a los 31 años de edad, a Ministra de Igualdad..
A los que ignoran el inagotable caudal de filosofía empírica, de conocimientos de la sensibilidad y el sufrimiento humanos y de sabiduría biológica, medioambiental y social que el flamenco atesora, podría parecerles liviano el bagaje de Bibiana.
Se equivocan. El flamenco debería ser asignatura obligatoria para el que pretenda aliviar los sufrimientos del pueblo, y la ley de reforma de la interrupción voluntaria del embarazo tiene esa noble meta como fin: librar, a quien lo padezca, de los sinsabores de un embarazo indeseado.
“Qué son penas me preguntas
no te lo puedo explicar
las penas son del que sufre
y no son de nadie más”
Critican los que se oponen a la ley la escasa formación científica de la ministra:
“Pensabas que eres la ciencia
y yo no lo entiendo así
porque siendo tú la ciencia
no me has entendido a mí”.
¿Y cómo quejarse de no tener en cuenta al feto-embrión?:
“No niego que te he querío
lo que me pesa en el alma
es no haberte conocío”.
Se quejan, aludiendo al torpe magisterio de escolásticos medievales, que establecían una diferencia mayor entre el nacido y el no nacido que entre el nacido más afortunado y el más desgraciado, de que la tutela del nascituro debe ser preeminente en lo que se refiera al embarazo.
Pero, en la Edad Media, el hombre nacía para sufrir en esta vida y, así, merecer la felicidad de la vida eterna.En una sociedad democrática, ¿quién discute que es el placer el objetivo de la vida que, sin placer, no tiene sentido?¿qué placer puede esperar de la vida quien no tenga garantizada una alimentación equilibrada, ropa de marca, educación mediante la persuasión, vacaciones anuales y ocupación remunerada durante un máximo de 35 horas semanales?
Nacer, sin esas mínimas garantías, es condenar al sufrimiento al nacido.
“Acaba, penita, acaba
acaba ya de una vez
que con el morir se acaba
el penar y el padecer”.
La ley del aborto, dicen sus detractores, reducirá todavía más el ya peligrosamente bajo índice de fertilidad y amenazará la adecuada estabilidad de la población: no hay que preocuparse porque los índices de mortalidad infantil, ya en tasas aceptables, tienden a mejorar y, para renovar la población, queda el recurso de adoptar niños exóticos, mucho más “fashionables” que los nativos.
Entre las muchas insinuaciones maliciosas destaca la de que la ley, y su impulsora, ignoran sus aspectos negativos y los quieren enmascarar tras las supuestas ventajas de su entrada en vigor. No conciben que Bibiana Aido puede que esté haciendo de tripas corazón y sacrifique sus convicciones personales en favor de conveniencias generales:
“Yo no tengo más remedio
que agachar la cabecita
y decir que lo blanco es negro”.
La responsabilidad de su aprobación recaerá en los 350 diputados que ahora integran el Congreso pero tendrá consecuencias que trascienden a su coyuntural composición.
La medida, en cuyo debate deberán tenerse en cuenta sensibilidades sociales, religiosas y culturales, además de razones biológicas, médicas, éticas e ideológicas, supone una tutela o intromisión del estado en convicciones íntimas.
Por el impacto que tendrá en generaciones futuras, debería tutelar la reforma quien sepa coordinar con prudencia todos esos condicionantes delicados.
La personalidad de alcances humanistas tan amplios, a la que el presidente del gobierno ha encomendado esa tarea, es Bibiana Aído, Ministra de Igualdad.
Licenciada en Dirección y Administración de Empresas, empleada durante diez meses en una entidad bancaria privada y durante otros tres meses en otro banco, fue candidata sin suerte en dos elecciones en su provincia, Cádiz, antes de que, en Febrero de 2003, la nombraran Delegada de la Consejería de Cultura en Cádiz y Directora de la Junta Andaluza para el Desarrollo del Flamenco de donde pasó, en Abril de 2008 y a los 31 años de edad, a Ministra de Igualdad..
A los que ignoran el inagotable caudal de filosofía empírica, de conocimientos de la sensibilidad y el sufrimiento humanos y de sabiduría biológica, medioambiental y social que el flamenco atesora, podría parecerles liviano el bagaje de Bibiana.
Se equivocan. El flamenco debería ser asignatura obligatoria para el que pretenda aliviar los sufrimientos del pueblo, y la ley de reforma de la interrupción voluntaria del embarazo tiene esa noble meta como fin: librar, a quien lo padezca, de los sinsabores de un embarazo indeseado.
“Qué son penas me preguntas
no te lo puedo explicar
las penas son del que sufre
y no son de nadie más”
Critican los que se oponen a la ley la escasa formación científica de la ministra:
“Pensabas que eres la ciencia
y yo no lo entiendo así
porque siendo tú la ciencia
no me has entendido a mí”.
¿Y cómo quejarse de no tener en cuenta al feto-embrión?:
“No niego que te he querío
lo que me pesa en el alma
es no haberte conocío”.
Se quejan, aludiendo al torpe magisterio de escolásticos medievales, que establecían una diferencia mayor entre el nacido y el no nacido que entre el nacido más afortunado y el más desgraciado, de que la tutela del nascituro debe ser preeminente en lo que se refiera al embarazo.
Pero, en la Edad Media, el hombre nacía para sufrir en esta vida y, así, merecer la felicidad de la vida eterna.En una sociedad democrática, ¿quién discute que es el placer el objetivo de la vida que, sin placer, no tiene sentido?¿qué placer puede esperar de la vida quien no tenga garantizada una alimentación equilibrada, ropa de marca, educación mediante la persuasión, vacaciones anuales y ocupación remunerada durante un máximo de 35 horas semanales?
Nacer, sin esas mínimas garantías, es condenar al sufrimiento al nacido.
“Acaba, penita, acaba
acaba ya de una vez
que con el morir se acaba
el penar y el padecer”.
La ley del aborto, dicen sus detractores, reducirá todavía más el ya peligrosamente bajo índice de fertilidad y amenazará la adecuada estabilidad de la población: no hay que preocuparse porque los índices de mortalidad infantil, ya en tasas aceptables, tienden a mejorar y, para renovar la población, queda el recurso de adoptar niños exóticos, mucho más “fashionables” que los nativos.
Entre las muchas insinuaciones maliciosas destaca la de que la ley, y su impulsora, ignoran sus aspectos negativos y los quieren enmascarar tras las supuestas ventajas de su entrada en vigor. No conciben que Bibiana Aido puede que esté haciendo de tripas corazón y sacrifique sus convicciones personales en favor de conveniencias generales:
“Yo no tengo más remedio
que agachar la cabecita
y decir que lo blanco es negro”.
jueves, 5 de marzo de 2009
TRANSICION FRACASADA
Desde que Dios creó al hombre hace 40.000 años ( día más o menos) el territorio que se extiende entre Andorra y Gibraltar lo ocupan paganos que, a pesar del barniz monoteísta de los últimos 18 siglos, siguen empeñados en levantar ídolos para adorarlos hasta que descubren su falsía.
A la Transición Democrática, el último de esos falsos dioses, la purpurina se le ha resquebrajado y deja al descubierto que no era de oro de lo que estaba hecho, sino de zafio barro mal cocido.
Falsos logros de la Transición:
1.-Transferir al pueblo el poder usurpado por el dictador.
2.-Garantizar la Unidad Nacional.
3.-Garantizar las libertades reales.
4.-Acabar con los enfrentamientos sobre la forma del Estado.
5.-Justicia igual para todos.
6.-Desarrollo económico y social sin privilegios sociales ni desigualdades regionales.
7.-Educación universal de calidad, al servicio de las demandas de la sociedad.
8.-Protección a la libertad de pensamiento y a la difusión de todas las ideas.
9.-Impulso al robustecimiento de los valores sociales
10.-Fomento de la moralidad pública y persecución de la corrupción administrativa.
Puede que el primero de los apartados sea el esencial y, los nueve restantes, consecuencia del fracaso estrepitoso del primero. Como ejemplo, el desagradable tufo de la lucha por el poder que se escenifica ahora en las Provincias Vascongadas.
Seguramente, acabará gobernando allí no el partido que ganó las elecciones sino el que haga más concesiones a los que les presten sus votos, interpretando libremente la confianza de sus propios votantes.
Nada que oponer a la licitud del asunto, ni extrañarse de su aplicación porque no es nada nuevo en las vascongadas y lo ha utilizado en su propio beneficio el partido que ahora se dice perjudicado, pero huele a chamusquina.
Podría haberse evitado si la ley electoral de la Transición, todavía vigente, hubiera sido otra. Y otra habría sido si los políticos que la impulsaron hubieran creído en la solvencia del pueblo para tomar sus propias decisiones, y hubieran renunciado a que las burocracias de los partidos fueran las administradoras únicas del poder que el dictador dejó a su muerte.
Hubiera bastado con adoptar como ley electoral el conocido como “escrutinio uninominal mayoritario”, llamado también sufragio directo, vigente en Estados Unidos y Gran Bretaña, los dos países en los que mejor funciona la democracia parlamentaria.
Consiste, fundamentalmente, en la división de la masa total electoral en distritos electorales, en cada uno de los cuales pueden presentarse tantos candidatos como lo deseen y gana el escaño en disputa el que haya conseguido mayor número de votos.
Los que controlan las burocracias de los partidos se habrían visto forzados a buscar al más capaz de ganar la confianza de los votantes del distrito, cuya reelección dependería de la lealtad que acreditara en la defensa de los intereses de sus votantes.
El sistema actual, sin embargo, designa como candidato al más leal a la burocracia partidaria aunque sea un desconocido para los votantes y no tenga que retribuirle el favor de haber sido colocado en puesto de la lista susceptible de salir electo.
Con el actual sistema, el poder real reside en las burocracias partidarias. Con el de sufragio directo, el poder sería del pueblo o, lo que es parecido, de los votantes.
A la Transición Democrática, el último de esos falsos dioses, la purpurina se le ha resquebrajado y deja al descubierto que no era de oro de lo que estaba hecho, sino de zafio barro mal cocido.
Falsos logros de la Transición:
1.-Transferir al pueblo el poder usurpado por el dictador.
2.-Garantizar la Unidad Nacional.
3.-Garantizar las libertades reales.
4.-Acabar con los enfrentamientos sobre la forma del Estado.
5.-Justicia igual para todos.
6.-Desarrollo económico y social sin privilegios sociales ni desigualdades regionales.
7.-Educación universal de calidad, al servicio de las demandas de la sociedad.
8.-Protección a la libertad de pensamiento y a la difusión de todas las ideas.
9.-Impulso al robustecimiento de los valores sociales
10.-Fomento de la moralidad pública y persecución de la corrupción administrativa.
Puede que el primero de los apartados sea el esencial y, los nueve restantes, consecuencia del fracaso estrepitoso del primero. Como ejemplo, el desagradable tufo de la lucha por el poder que se escenifica ahora en las Provincias Vascongadas.
Seguramente, acabará gobernando allí no el partido que ganó las elecciones sino el que haga más concesiones a los que les presten sus votos, interpretando libremente la confianza de sus propios votantes.
Nada que oponer a la licitud del asunto, ni extrañarse de su aplicación porque no es nada nuevo en las vascongadas y lo ha utilizado en su propio beneficio el partido que ahora se dice perjudicado, pero huele a chamusquina.
Podría haberse evitado si la ley electoral de la Transición, todavía vigente, hubiera sido otra. Y otra habría sido si los políticos que la impulsaron hubieran creído en la solvencia del pueblo para tomar sus propias decisiones, y hubieran renunciado a que las burocracias de los partidos fueran las administradoras únicas del poder que el dictador dejó a su muerte.
Hubiera bastado con adoptar como ley electoral el conocido como “escrutinio uninominal mayoritario”, llamado también sufragio directo, vigente en Estados Unidos y Gran Bretaña, los dos países en los que mejor funciona la democracia parlamentaria.
Consiste, fundamentalmente, en la división de la masa total electoral en distritos electorales, en cada uno de los cuales pueden presentarse tantos candidatos como lo deseen y gana el escaño en disputa el que haya conseguido mayor número de votos.
Los que controlan las burocracias de los partidos se habrían visto forzados a buscar al más capaz de ganar la confianza de los votantes del distrito, cuya reelección dependería de la lealtad que acreditara en la defensa de los intereses de sus votantes.
El sistema actual, sin embargo, designa como candidato al más leal a la burocracia partidaria aunque sea un desconocido para los votantes y no tenga que retribuirle el favor de haber sido colocado en puesto de la lista susceptible de salir electo.
Con el actual sistema, el poder real reside en las burocracias partidarias. Con el de sufragio directo, el poder sería del pueblo o, lo que es parecido, de los votantes.
miércoles, 4 de marzo de 2009
TERTULIANOS
Ni con Abraham fue Yahvé tan generoso como con el polemista cartaginés Quinto Séptimo Florente Tertuliano porque,al igual que los descendientes del Patriarca, son numerosos como las estrellas del cielo,y los de Tertuliano, además, son sabios, célebres e influyentes.
No está claro si los de la casta de Tertuliano son tan inagotables como los de la de Abarahan o si, gracias al don divino de la ubicuidad, están simultáneamente en todas partes.
No hay duda de que poseen la rara calidad vegetal del perejil porque los descendientes de Quinto Séptimo son aliño imprescindible para todas las salsas.
Saben de todo: de la interrelación de ética y estética, de cambios de trayectoria en vehículos espaciales impulsados por combustible sólido, de técnicas avanzadas para capar grillos y de la capacidad redentora de la fe.
Su mayor eficacia, sin embargo, la tienen acreditada como pedagogos políticos y guías de votantes dubitativos, ávidos de decidir a qué candidato favorecer con su voto.
Basta para acertar escuchar atentamente al tertuliano y hacer lo contrario de lo que aconseje. No falla.
Todos, sin excepción, deben seguir normas rígidas para alcanzar el éxito: autosuficiencia en el tono de su discurso, aplomo en las respuestas a la pregunta del que dirija el debate y ocultar por todos los medios que, de lo que le han preguntado, como de casi todo, no tiene ni idea.
Hay dos técnicas dispares pero igualmente eficaces para que el tertuliano sea imprescindible y gane prestigio: coincidir plenamente con todo los que opinen lo mismo que lo que él defienda y no dejar hablar al que discrepe de su opinión.
Esos últimos, por lo general, son comunistas vergonzantes a los que por mucho que lo escondan todavía se les ve el plumero y que perfeccionaron su infalible recurso en seminarios de dialéctica en la vieja Universidad Patricio Lumumba de la añorada Unión Soviética.
Los más brillantes salpimentan generosamente las interrupciones a sus contrincantes con insultos personales y, además, dan lecciones de comportamiento democrático, como corresponde al buen totalitario.
Suelen ser esos tertulianos malencarados, maleducados, broncos, despectivos y soberbios: como si la dosis de mala leche que acumulan al mirarse cada mañana en el espejo para afeitarse o maquillarse les durara hasta caer, por la noche, en el sopor de sus bien merecidas pesadillas.
No está claro si los de la casta de Tertuliano son tan inagotables como los de la de Abarahan o si, gracias al don divino de la ubicuidad, están simultáneamente en todas partes.
No hay duda de que poseen la rara calidad vegetal del perejil porque los descendientes de Quinto Séptimo son aliño imprescindible para todas las salsas.
Saben de todo: de la interrelación de ética y estética, de cambios de trayectoria en vehículos espaciales impulsados por combustible sólido, de técnicas avanzadas para capar grillos y de la capacidad redentora de la fe.
Su mayor eficacia, sin embargo, la tienen acreditada como pedagogos políticos y guías de votantes dubitativos, ávidos de decidir a qué candidato favorecer con su voto.
Basta para acertar escuchar atentamente al tertuliano y hacer lo contrario de lo que aconseje. No falla.
Todos, sin excepción, deben seguir normas rígidas para alcanzar el éxito: autosuficiencia en el tono de su discurso, aplomo en las respuestas a la pregunta del que dirija el debate y ocultar por todos los medios que, de lo que le han preguntado, como de casi todo, no tiene ni idea.
Hay dos técnicas dispares pero igualmente eficaces para que el tertuliano sea imprescindible y gane prestigio: coincidir plenamente con todo los que opinen lo mismo que lo que él defienda y no dejar hablar al que discrepe de su opinión.
Esos últimos, por lo general, son comunistas vergonzantes a los que por mucho que lo escondan todavía se les ve el plumero y que perfeccionaron su infalible recurso en seminarios de dialéctica en la vieja Universidad Patricio Lumumba de la añorada Unión Soviética.
Los más brillantes salpimentan generosamente las interrupciones a sus contrincantes con insultos personales y, además, dan lecciones de comportamiento democrático, como corresponde al buen totalitario.
Suelen ser esos tertulianos malencarados, maleducados, broncos, despectivos y soberbios: como si la dosis de mala leche que acumulan al mirarse cada mañana en el espejo para afeitarse o maquillarse les durara hasta caer, por la noche, en el sopor de sus bien merecidas pesadillas.
martes, 3 de marzo de 2009
ECONOMIA MELANCOLICA
Equivocados estaban quienes tachaban de materialistas a los que parecían obsesionados con los bienes materiales, sobre todo con la economía y el dinero, porque se ha diagnosticado, por fin, que la enfermedad que tiene postrada a la economía mundial no se debe a una dolencia del cuerpo sino del alma.
“The Wall Street Jorunal”, el vademecum de consulta obligada para quienes quieran saber lo que ocurre en el mundo de los negocios, culpa hoy al “profundo sentimiento de melancolía entre los inversores” del batacazo que ayer se dieron las bolsas de todo el mundo.
Adam Shell coincide en “USA Today” en la ausencia de razones económicas para explicar que la Bolsa de Nueva York se desplomara ayer, lunes, a niveles anteriores a Abril de 1997.
“Las cotizaciones caen sin freno. Los inversores han entrado en pánico. Los numerosos intentos de operaciones de rescate gubernamentales fracasan en su pretensión de restablecer la confianza”, dice Shell.
Puede que lo que afecte a la economía mundial sea ese trastorno llamado melancolía pero ese estado de ánimo puede obedecer a alguna carencia física, como la que en el ser humano desencadena a veces la anemia.
Scott Black, presidente de Delphi, cree que la caída de las cotizaciones traducía la desconfianza en los planes de rescate de la economía puestos en marcha por Barak Obama y un varapalo personal al presidente.
Debe ser un sentimiento extendido porque “Los Angeles Times” se queja de que “cada día hay un nuevo plan de reactivación y cada día se anuncia la necesidad de un plan nuevo de rescate de alguna empresa o sector en quiebra. Los mercados están paralizados”.
Todavía no ha entrado en funcionamiento el que Obama apadrinó por valor de medio billón de euros y “The Washington Post” revela hoy planes para uno nuevo: la creación por parte del gobierno de varios fondos de inversión para comprar a los bancos los créditos contaminados y de difícil recuperación que están paralizando la reanudación de su actividad crediticia.
Dice el periódico que Obama estima que sería necesario dotar esos fondos con alrededor de un billón de dólares, el equivalente a la suma del plan de reactivación de George Bush y del que el propio Obama impulsó nada más acceder a la presidencia.
Un billón de dólares es, peseta más o menos, el 80 por ciento del Producto Interior Bruto de España, es decir lo que produce este país durante un año.
Qué vista le dio Santa Lucía al gobernante con apellido de remendón (1) que dirige nuestros destinos y que, hasta hace pocos meses, no veía crisis económica por más que mirara.
(1) Por supersticioso, me resisto a escribir el apellido del Presidente del Gobierno. Solo pensarlo me obliga a formular, como antídoto, una jaculatoria a mi Santo Patrón, el único capaz de meterle las cabras en el corral a Lucifer, Satanás o El Demonio, que a cualquiera de esos nombres está siempre atento.
“The Wall Street Jorunal”, el vademecum de consulta obligada para quienes quieran saber lo que ocurre en el mundo de los negocios, culpa hoy al “profundo sentimiento de melancolía entre los inversores” del batacazo que ayer se dieron las bolsas de todo el mundo.
Adam Shell coincide en “USA Today” en la ausencia de razones económicas para explicar que la Bolsa de Nueva York se desplomara ayer, lunes, a niveles anteriores a Abril de 1997.
“Las cotizaciones caen sin freno. Los inversores han entrado en pánico. Los numerosos intentos de operaciones de rescate gubernamentales fracasan en su pretensión de restablecer la confianza”, dice Shell.
Puede que lo que afecte a la economía mundial sea ese trastorno llamado melancolía pero ese estado de ánimo puede obedecer a alguna carencia física, como la que en el ser humano desencadena a veces la anemia.
Scott Black, presidente de Delphi, cree que la caída de las cotizaciones traducía la desconfianza en los planes de rescate de la economía puestos en marcha por Barak Obama y un varapalo personal al presidente.
Debe ser un sentimiento extendido porque “Los Angeles Times” se queja de que “cada día hay un nuevo plan de reactivación y cada día se anuncia la necesidad de un plan nuevo de rescate de alguna empresa o sector en quiebra. Los mercados están paralizados”.
Todavía no ha entrado en funcionamiento el que Obama apadrinó por valor de medio billón de euros y “The Washington Post” revela hoy planes para uno nuevo: la creación por parte del gobierno de varios fondos de inversión para comprar a los bancos los créditos contaminados y de difícil recuperación que están paralizando la reanudación de su actividad crediticia.
Dice el periódico que Obama estima que sería necesario dotar esos fondos con alrededor de un billón de dólares, el equivalente a la suma del plan de reactivación de George Bush y del que el propio Obama impulsó nada más acceder a la presidencia.
Un billón de dólares es, peseta más o menos, el 80 por ciento del Producto Interior Bruto de España, es decir lo que produce este país durante un año.
Qué vista le dio Santa Lucía al gobernante con apellido de remendón (1) que dirige nuestros destinos y que, hasta hace pocos meses, no veía crisis económica por más que mirara.
(1) Por supersticioso, me resisto a escribir el apellido del Presidente del Gobierno. Solo pensarlo me obliga a formular, como antídoto, una jaculatoria a mi Santo Patrón, el único capaz de meterle las cabras en el corral a Lucifer, Satanás o El Demonio, que a cualquiera de esos nombres está siempre atento.
lunes, 2 de marzo de 2009
SIGUEN SIN QUERER SER DE NUESTRA FAMILIA
Aunque parezca lo mismo, no es igual vivir con ilusiones que vivir de ilusiones. Lo primero hace más llevadera la amargura de la vida y lo segundo nos permite evadirnos de la amarga experiencia de vivir.
Encarar con ilusión la realidad es una actitud positiva que nos induce a intentar cambiar situaciones del entorno que nos resultan ingratas y vivir de ilusiones implica cerrar tozudamente los ojos a la imposibilidad de cambiar las situaciones que nos molestan.
Esa pertinaz ceguera voluntaria es agradable, pero impide a quien en ella se refocila hacer frente con realismo a un problema que es más placentero ignorar.
Es lo que nos pasa a los españoles con las Provincias Vascongadas, Euskadi, Euskal Herría o como cada cual prefiera llamar a esa parte de la península ibérica que agrupa a Vizcaya, Alava, Guipuzcoa y, para los irredentistas más convictos, toda o parte de Navarra.
Dicen los que viven de ilusiones que en las votaciones en las tres provincias vascongadas ganaron ayer los españolistas o, como resulta más fino denominarlos, los constitucionalistas.
A mí no me salen esas cuentas de la lechera: sumando a los más o menos independentista las 58.967 abstenciones (la diferencia entre las 634.833 de este año y las 575.866 de 2005) que podrían corresponder a los independentistas proetarras a los que la ley ha impedido presentar candidatos, me salen 591.692 vascos a los que la independencia les atrae más que la integración en España.
Los votos de socialistas, populares y los del partido de Rosa Diez fueron ayer 482.839, que prefieren a la independencia seguir formando parte de España.
Es decir, que haciendo abstracción de artificios legales, y aceptando la dura realidad de los números , la verdad pura y dura es que son 108.853 los vascos a los que les repele más que les atrae la idea de ser españoles.
¿Hasta cuando viviremos de ilusiones?
Cada cuatro años, con el encomiable empeño al que nos empuja nuestro amor a los vascos, los instamos a que se integren y formen parte de la familia española, con el mismo resultado de vernos rechazados.
Alguna vez, la dignidad del afecto no correspondido se sobrepondrá al amor imposible y nos daremos cuenta de que no sirve de nada intentar que forme parte de la familia quien no se siente parte de ella. ¿Cuándo?.
Encarar con ilusión la realidad es una actitud positiva que nos induce a intentar cambiar situaciones del entorno que nos resultan ingratas y vivir de ilusiones implica cerrar tozudamente los ojos a la imposibilidad de cambiar las situaciones que nos molestan.
Esa pertinaz ceguera voluntaria es agradable, pero impide a quien en ella se refocila hacer frente con realismo a un problema que es más placentero ignorar.
Es lo que nos pasa a los españoles con las Provincias Vascongadas, Euskadi, Euskal Herría o como cada cual prefiera llamar a esa parte de la península ibérica que agrupa a Vizcaya, Alava, Guipuzcoa y, para los irredentistas más convictos, toda o parte de Navarra.
Dicen los que viven de ilusiones que en las votaciones en las tres provincias vascongadas ganaron ayer los españolistas o, como resulta más fino denominarlos, los constitucionalistas.
A mí no me salen esas cuentas de la lechera: sumando a los más o menos independentista las 58.967 abstenciones (la diferencia entre las 634.833 de este año y las 575.866 de 2005) que podrían corresponder a los independentistas proetarras a los que la ley ha impedido presentar candidatos, me salen 591.692 vascos a los que la independencia les atrae más que la integración en España.
Los votos de socialistas, populares y los del partido de Rosa Diez fueron ayer 482.839, que prefieren a la independencia seguir formando parte de España.
Es decir, que haciendo abstracción de artificios legales, y aceptando la dura realidad de los números , la verdad pura y dura es que son 108.853 los vascos a los que les repele más que les atrae la idea de ser españoles.
¿Hasta cuando viviremos de ilusiones?
Cada cuatro años, con el encomiable empeño al que nos empuja nuestro amor a los vascos, los instamos a que se integren y formen parte de la familia española, con el mismo resultado de vernos rechazados.
Alguna vez, la dignidad del afecto no correspondido se sobrepondrá al amor imposible y nos daremos cuenta de que no sirve de nada intentar que forme parte de la familia quien no se siente parte de ella. ¿Cuándo?.
domingo, 1 de marzo de 2009
PERIODISTAS
Son periodistas los profesionales que elaboran textos y los editan, titulan, ordenan, valoran y confeccionan para su difusión en periódicos.
Por extensión, son igualmente periodistas los que hacen las mismas o similares tareas en los relativamente modernos medios audiovisuales: radio, televisión, Internet o noticieros de formato cinematográfico.
Pero no todos los que escriben en periódicos o Internet ni los que hablan o actúan en radio, televisión, o noticieros cinematográficos son periodistas.
El periodista informa y respeta normas estrictas destinadas a desvincular opinión de información.
La firma de una información no exime a su autor de respetar las normas. Solo constata que el firmante fue testigo presencial de los hechos que narra.
Los textos de opinión sin firma expresan el parecer de la empresa periodística y del editor sobre el asunto del que se escribe o habla.
Los textos de opinión firmados expresan el parecer del autor, que suele ser colaborador y no empleado de la empresa periodística difusora.
Si el firmante de un artículo de opinión fuera también redactor del medio de difusión, la pieza de opinión firmada sería de su exclusiva responsabilidad y no de la de la empresa y, en lo tocante al artículo de opinión firmado, habría que entender que ha renunciado tácitamente a su condición de periodista.
Como ciudadano común, tiene libertad para difundir, polemizar, defender y evangelizar en controversias políticas, sociales, religiosas, estéticas o deportivas. En todo.
Como periodista, tiene obligación de ser neutral. Si lo consigue, será buen periodista.
Si no fuera objetivo, habría que enjuiciarlo como mal periodista en el mejor de los casos y, como ventajista que se camufla tras el prestigio de su profesión para engañar a incautos, en el peor.
Quien ha estado más de treinta años intentando hacer periodismo objetivo y varios meses opinando sin informar, puede garantizarles que lo primero es lo más difícil.
Por respeto a una profesión digna, suplico a los pedagogos políticos y a los evangelistas sociales que se ganan tan brillante y espléndidamente la vida con el vicio nacional de la tertulia que, en esas funciones, no invoquen su condición de periodistas.
Por extensión, son igualmente periodistas los que hacen las mismas o similares tareas en los relativamente modernos medios audiovisuales: radio, televisión, Internet o noticieros de formato cinematográfico.
Pero no todos los que escriben en periódicos o Internet ni los que hablan o actúan en radio, televisión, o noticieros cinematográficos son periodistas.
El periodista informa y respeta normas estrictas destinadas a desvincular opinión de información.
La firma de una información no exime a su autor de respetar las normas. Solo constata que el firmante fue testigo presencial de los hechos que narra.
Los textos de opinión sin firma expresan el parecer de la empresa periodística y del editor sobre el asunto del que se escribe o habla.
Los textos de opinión firmados expresan el parecer del autor, que suele ser colaborador y no empleado de la empresa periodística difusora.
Si el firmante de un artículo de opinión fuera también redactor del medio de difusión, la pieza de opinión firmada sería de su exclusiva responsabilidad y no de la de la empresa y, en lo tocante al artículo de opinión firmado, habría que entender que ha renunciado tácitamente a su condición de periodista.
Como ciudadano común, tiene libertad para difundir, polemizar, defender y evangelizar en controversias políticas, sociales, religiosas, estéticas o deportivas. En todo.
Como periodista, tiene obligación de ser neutral. Si lo consigue, será buen periodista.
Si no fuera objetivo, habría que enjuiciarlo como mal periodista en el mejor de los casos y, como ventajista que se camufla tras el prestigio de su profesión para engañar a incautos, en el peor.
Quien ha estado más de treinta años intentando hacer periodismo objetivo y varios meses opinando sin informar, puede garantizarles que lo primero es lo más difícil.
Por respeto a una profesión digna, suplico a los pedagogos políticos y a los evangelistas sociales que se ganan tan brillante y espléndidamente la vida con el vicio nacional de la tertulia que, en esas funciones, no invoquen su condición de periodistas.
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