domingo, 18 de junio de 2017

CALOR



Hay dudas que al hombre, encastillado en sus convicciones, le entran por las troneras y corroen hasta demolerlas las más inexpugnables certidumbres en las que ha vivido en falsa seguridad.
Por ejemplo, la maldad absoluta del infierno.
¿Tan malo es que hasta al más enviciado pecador lo asalta algunas veces la tentación de ser bueno?
La gente que desconoce la tortura aniquiladora del calor puede que no quiera acabar en el infierno.
Pero a los que vivimos en éste Valle del Guadalquivir donde el infierno dura cuatro de los doce meses de cada año, el infierno no nos asusta.
Uno de esos cuentos que ruedan varios siglos durante generaciones relata que un vecino de Palma del Río murió en los primeros días de un mes de Julio y, naturalmente, lo destinaron al infierno.
Preocupada iba el alma del hombre por lo que temía que la aguardara.
Llegó a un gran portón con cerradura hermética y, a regañadientes, tocó la aldaba para que le abrieran la puerta.
La puerta se abrió y percibió que, del interior del infierno, escapaba un soplo de la temperatura de dentro.
--“Coño”, --exclamó la palabrota propia de su condición de pecador—“qué bien se está aquí”.  

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