lunes, 5 de junio de 2017

MATAR Y MORIR



Cuando los almohades, aquellos fanáticos que se hacinaban en los estériles alrededores de algún morabito del predesierto marroquí tiraron hacia el Norte, iban espoleados por el hambre pero con el pretexto de regenerar a los degenerados.
Al contrario que sus correligionarios de ahora, que llegaron para sacudirse el hambre que padecían en sus países de origen y, una vez en Europa, se han empeñando en que los nativos se organicen en sociedades como las que de ellos escaparon.
Vinieron para ser como los europeos hasta que se percataron de que les conviene más que los europeos sean como ellos son.
Y parece que han acertado porque se diría que que a los europeos les acomoda más dejarse matar y quejarse de que los maten que incomodarse en repeler las agresiones hasta que a los agresores les convenga más regresar a los países de los que llegaron.
Y es que su degeneración cultural, emanada de la religión en la que se sustenta su civilización, se basa en devolver bien por mal, en perdonar al que ofende.
Todos los que viven en Europa son felices porque todos tienen ocasión de llevar a la práctica sus creencias discrepantes: matar en nombre de su religión los musulmanes y morir por su religión los cristianos.

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