Ahora resulta que, aunque a George Bush le hubiera acertado alguno de los dos zapatos del telezapatazo del periodista moro, no hubiera sido lo peor que podría haberle pasado en el incidente de Irak.
Porque lo peor, por lo que parece, no pudo evitarlo pese a su rapidez de reflejos y a la envidiable condición física que evidenciaron las fintas del presidente norteamericano.
Lo más malo que podría haberle pasado, peor que el susto, peor que la descortesía, fue lo que le gritó el moro descalzo.
Que nadie crea que, por pudor se tergiversó en las televisiones occidentales la traducción de los improperios del moro porque, por desgracia, no se limitó a mentarle la madre sino que, de verdad, lo llamó perro.
Y ese, para un moro sensato y conspicuo como el que tanta ojeriza le demostró a Bush era, que nadie lo dude, el mayor insulto que su evidente rencor pudo haberle inspirado.
Porque el perro, según las enseñanzas coránicas, es un animal tan impuro que el creyente que se atreva a criarlo tiene garantizado el infierno.
“Todo aquel que tenga un perro, excepto para la caza o el pastoreo, verá su recompensa disminuida en un quiraat por día”.
Esa severa advertencia se atribuye al mismo Mahoma, según el docto Muslim.
Pero, ¿está permitido un perro guardián? “No está permitido, según la opinión más firme”, sentencia Ibn Quaadamah.
Todo perro es impuro, coinciden las corrientes saafita y hambali, aunque algunos sostienen que lo único impuro del perro es su saliva, pero no el animal en sí mismo.
¿Por qué? Porque el propio Profeta advirtió que “si un perro lame tu plato, debes arrojar todo lo que contenga y lavarlo siete veces”.
El jeque Muhammed Salih Al-Munajjidh, que ha estudiado concienzudamente el perro según el Corán y las enseñanzas coránicas, advierte: “es prudente que los musulmanes sigan rechazando a los perros, y más aún en estos tiempos en que muchos musulmanes adoptan los hábitos de los infieles”.
Así que George Bush se libró del zapatazo, pero no del peor insulto.
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