Si fuera verdad que la historia se repite, y aunque el parecido sea remoto, recordar acontecimientos del pasado puede arrojar alguna luz sobre algunos del presente que se le asemejan.
“The Economist” se preguntaba el 23 de noviembre de 1929: ¿“Puede el colapso de la bolsa provocar tan grave quebranto a la industria si, en general, la producción industrial parecía saludable y equilibrada? Coinciden los expertos en que cabe esperar algunos reveses, pero pasajeros, y sin que originen una depresión general”.
Se refería “The Economist” al hundimiento de la bolsa de Nueva York que un mes antes, los días 24, 28 y 29 de Octubre, inició la Gran Depresión que se contagió a las economías de todo el mundo.
Los primeros síntomas de la Depresión de 1929, como los de la actual, los acusó el sector inmobiliario norteamericano en 1925, y nadie hizo caso, cegados por la euforia y la prosperidad, a las advertencias contra el optmismo excesivo sustentado por la especulación.
Hasta el año 1954 el precio medio de las acciones negociadas en Wall Street no recuperó el valor previo al hundimiento de Octubre de 1929.
Ni para la Depresión que comenzó con el hundimiento de la Bolsa en 1929 ni para la que evidenció el afloramiento de las conocidas como “hipotecas basura” que ahora nos afecta hay explicaciones convincentes.
En los 25 años que puede que durara la Depresión iniciada en 1929, si sus efectos se dieran por concluidos en 1954, surgieron regímenes totalitarios en Italia, Alemania, Rusia y Japón que, gracias en parte al rearme impulsado por sus gobiernos, salieron de la depresión y lograron una prosperidad que desembocó en la segunda guerra mundial.
Inglaterra, los Estados Unidos y Francia, aunque conservaron sus sistemas políticos sin renunciar a la democracia electoral, también se sacudieron la depresión económica gracias, sobre todo, a las inversiones estatales en armamentos.
El rearme, aunque fuera una solución a corto plazo, desembocó en un conflicto mucho más indeseable que el que pareció resolver y es, afortunadamente, una receta de imposible aplicación en la situación actual.
Dos circunstancias que hace 80 años no se daban coinciden ahora contra la tentación del rearme para superar la crisis de la economía: la ausencia de ideologías totalitarias influyentes en los países industrializados y la capacidad ilimitada de destrucción que el progreso de la técnica permite a las armas modernas.
El miedo al peligro de una guerra en la que hasta los no combatientes serían víctimas, contra el miedo a la impaciencia por volver a la prosperidad perdida.
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