Seguramente tendrán tan poco cerebro como sus congéneres de las marismas andaluzas, pero los mosquitos de Lomé son capaces hasta del suicidio para impedir que un amigo los abandone.
¿Por qué, si no, decidieron que fuera el Falcon en el que volvía a España el Presidente Rodriguez, y no otro, el que intentaron averiar?
No hay que menospreciar a los mosquitos de Togo al pretender que solo el sentimiento por la marcha de un amigo los empujara al suicidio.
Que nadie ponga en duda que los mosquitos de Lomé estaban consternados cuando se percataron de que el presidente de España se decidía a regresar a su tierra y abandonarlos.
En los días que permaneció entre ellos pudieron apreciar su simpatía, los cautivó el candor de su carácter y los emocionó la bondad de su talante.
Hasta disculparon que hubiera patrocinado la abolición de la pena de muerte aunque los humanos que se libren de la ejecución sean una amenaza para la vida de los insectos togoloses.
Razones de frío cálculo materialista se aliaron a las sentimentales para convencer a los mosquitos de Togo de que, para impedir que el Presidente Rodríguez los abandonara, cualquier sacrificio merecería la pena, incluso el de arriesgar la vida.
Por eso, como kamikazes enardecidos, se precipitaron contra las toberas del reactor del Presidente español, empujados por el heroísmo suicida que impidiera su regreso a la Europa en la que los insecticidas exterminan sistemáticamente a los mosquitos.
Aunque haya sido baldío el épico gesto de los mosquitos de Lomé porque solo consiguieron retrasar el regreso de Rodríguez, merecen un tributo de admiración.
Humildes y agradecidos mosquitos de Togo, capaces de sacrificar la vida por un amigo que llegó para traeros unos cientos de millones de euros que los suyos necesitaban.
Merecíais mejor suerte en vuestro intento, y que José Luis Rodríguez Zapatero hubiera pasado entre vosotros los largos años que le queden de vida.
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