lunes, 31 de agosto de 2009

CONTRARREFORMA Y DEMOCRACIA

No son más que maullidos de gatos en el tejado en una noche de enero porque, por mucho que los más sesudos disidentes pregonen los errores del gobierno, siglos de adoctrinamiento han enseñado a los españoles que el que manda es el que tiene razón.
¿Qué son 31 años predicando que es el pueblo el que decide si durante 20 siglos aprendió con sangre que quien sabe lo que al pueblo le conviene es el que manda?
La democracia española constitucionalizada en 1978 dejó formalmente en manos de los españoles la capacidad de elegir con libertad, sin entrenamiento para decidir con responsabilidad.
Fue un acto volitivo meritorio pero arriesgado porque pretendía que los españoles adoptaran un sistema político en el que los votantes de los pueblos en que se habia consolidado estaban habituados a decidir por sí mismos, a sabiendas de que cada votante era responsable de su propio acierto o de su propio error.
Esa cultura de autorresponsabilidad que permitió a los pueblos acceder a la democracia estuvo casi siempre mal vista en España.
La contrarreforma que España capitaneó proscribió la libre interpretación de las Escrituras, base de la reforma luterana, y apuntaló la exclusiva autoridad de la jerarquía para marcar lo que los creyentes deberían aceptar como verdad.
Es cierto que esa medida evitó desviaciones doctrinales pero,aunque mantuviera la ortodoxia establecida, redujo permanentemente a quienes la sufrieron a la inmadurez mental porque dejaron al arbitrio de quienes mandaban la capacidad de decidir lo que era falso o verdadero y, en consecuencia, lo que era perjudicial o conveniente.
El libre examen que Lutero predicó influido por Erasmo de Rotterdam y San Agustín, educó a los ciudadanos de los pueblos en que se implantó a acertar o equivocarse por sí mismos, paso previo inevitable para ejercer con responsabilidad el derecho a elegir quien los gobierne.
Los que, como los españoles y de forma menos drástica italianos, franceses o portugueses acataron la contrarreforma, han heredado el poso cultural de aceptar que decidan por ellos.
Los ciudadanos de pueblos acostumbrados a decidir por sí mismos—ingleses, norteamericanos, alemanes y los que han sido fruto de su cultura—puede que se equivoquen en su elección, pero están mejor preparados para el sufragio universal que los pueblos en los que se impuso la contrarreforma.
En 31 años es imposible que los españoles borren una enseñanza de siglos. Que no se asombren los que se extrañan de que los votantes ratifiquen su confianza en gobernantes manifiestamente inadecuados. Son muchos los siglos en los que se nos ha inculcado que el que manda es el que sabe lo que más nos conviene.

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