Como en aquel verano de 1969 en el que Edward Kennedy huyó del canal Poucha y del cadáver de Mary Jo Kopechne atrapado en su Oldsmobile 88, también en este de 40 años después muchos quieren desentrañar la respuesta que trae el soplo del viento.
La Acapulco gold, la marihuana de Guerrero, no estimula como entonces el ansia por conocer los límites de la revolución sexual que había encontrado en una guerra incomprensible el pretexto para justificar el frenesí del sexo sin miedo.
La pregunta que se hacen los ciudadanos en el verano de 2009, los jóvenes condenados a competir en una guerra tan feroz como la de Vietnam aunque no se libre en la jungla sino en el mercado laboral, es cómo sobrevivir con mil euros mensuales.
Si el soplo del viento sugiere la respuesta, al menos en España es un viento borrascoso que barrerá el relativo sosiego estival, en cuanto la reviviscencia otoñal acabe con el letargo del verano.
La ráfaga que en agosto descubrió que hay parados a los que se les ha terminado el período regular de subsidio de desempleo y que se quiso tapar precipitadamente con subsidios adicionales, se encrespará en los próximos meses.
Los que encontraron trabajo en servicios de atención a los veraneantes perderán su empleo y se sumarán a los parados de antes del verano.
Habrán terminado las obras de parcheo los subsidiados con fondos para seis meses en los ayuntamientos.
Aumentarán los impuestos a los que no han perdido su empleo para subsidiar a los que todavía no han encontrado trabajo.
El gobierno tendrá un pretexto para seguir sin adoptar las medidas que unánimemente le piden para atajar la crisis, porque la borrasca política que desencadenará fatalmente la resolución del contencioso del estatuto de Cataluña le atará las manos.
Podrá, así, escudarse en un parapeto originalmente artificial que el mismo gobierno creó para dedicarse a lo urgente—la controversia sobre el estatuto—y relegar lo importante: reformas estructurales que resuelvan la crisis de la economía.
El pecado de alentar el nuevo estatuto catalán que nadie pedía le hará pagar al gobierno la penitencia que se ha buscado: si el Tribunal Constitucional falla en contra de lo que pretenden los nacionalistas, el gobierno puede perder su estabilidad parlamentaria.
Si el fallo del Tribunal Constitucional favoreciera las tesis nacionalistas, supondría una enmienda a la Constitución de 1978 y, en consecuencia, una crisis de Estado.
Los vientos otoñales en los que sopla la respuesta al futuro no barrerán solo la hojarasca veraniega de España: aporrea las puertas del país una gripe imparable y el gobierno, tan ducho en eludir sus obligaciones como proclive a sucumbir a las tentaciones, caerá en la de dedicarse en cuerpo y alma a preparar su semestre de presidencia europea.
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