Los dos detenidos por piratas del “Alakrana” no tendrán que jugarse la vida en una patera para llegar a España: lo harán en un vuelo fletado para traerlos, los alojarán en una habitación con aire acondicionado, les darán sopicaldo, huevos fritos y yogurt durante varios meses y después los soltarán.
A partir de ese momento será cuando empiecen sus problemas porque, como otros millares de inmigrantes, tendrán que agenciarse la vida por su cuenta y no a costa del Estado.
Ejemplar castigo el que les espera por piratear. Ojalá sean discretos y no lo cuenten a sus compatriotas porque, si su experiencia se conociera en las costas del Mar Rojo, acabará el negocio de las pateras.
Así será en el mejor de los casos porque, para enjuiciarlos y condenarlos, la justicia española tendrá que hilar muy fino y eludir los argumentos de sus abogados para que los suelten sin cargos.
El delito de piratería no está especificado en el código penal español y, para que se les pueda aplicar el Convenio de las Naciones Unidas sobre derecho del mar de 1958, habría que demostrar que subieron al “Alakrana” cuando navegaba más allá del límite de 200 millas marinas, y fuera del control jurisdiccional de alguno de los estados ribereños.
Si la suerte se alía con la habilidad del fiscal, se les podría condenar por robo a mano armada por lo que, en un suspiro, estarán en la calle gracias a los generosos beneficios penitenciarios españoles.
Así no hay manera de escarmentar a los piratas. Felices tiempos aquellos en los que se les ponía a secar de un mástil.
Como lamentar lo que el viento se llevó no soluciona los problemas del presente ni del futuro, la marina española debería programar prácticas de tiro más exigentes para los marineros del “Canarias”, que solo hirieron a uno de los dos malhechores.
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