La creación artística es fruto de un proceso de reproducción asexual para el que su autor no necesita colaboración.
Atribuirle al escritor una relación de paternidad con su creación es una tergiversación machista del lenguaje porque el autor, aunque sea varón, es más madre que padre de su texto.
El autor concibe la pieza literaria cuando germina una idea en su mente, la gesta mientras desarrolla su trama y la pare al escribirla.
El autor-madre es autosuficiente para concebir, gestar y alumbrar su obra, sin que necesite el concurso de un padre.
Ya nacida, hay interesados en tutelar la obra y desempeñar las funciones de padre. Son los editores que, en un ejercicio parasitario de la paternidad, se desentienden de las obras que necesitan su ayuda y fagocitan a las que no lo precisan.
El editor seduce al autor comprometiéndose a promocionar la difusión de la obra, distribuirla, comercializarla y compartir con el escritor los beneficios de su explotación.
Cumplen esos compromisos, por lo general, con los escritores-madre que no lo necesitan porque la maestría de su estilo, la sobresaliente calidad de su obra o su popularidad extraliteraria son dotes sobradas para garantizar la acogida favorable de los lectores. Ejercen, innecesariamente, de padres.
Pero, para los textos simplemente decorosos de escritores desconocidos, que realmente necesitarían la tutela paternal para abrirles camino, el editor saca lo que puede y los olvida en el abandono de la Inclusa. Como un padrastro de folletín.
Si la editorial no promociona ni vende la obra, ¿qué gana el editor?
“El autor cede en exclusiva al editor los derechos de edición, reproducción y distribución en forma de libro, así como cualquier otro soporte a la fecha conocido, para su explotación comercial”.(1)
Sin comerlo ni beberlo, el editor usurpa al escritor-madre la patria potestad sobre su obra.
¿Qué promete el editor al escritor como pago por el hijo adquirido?
“El autor recibirá por los ejemplares vendidos en edición normal un total del seis por ciento del PVP sin IVA para los primeros 1.500 ejemplares y un total del 8% para los ejemplares vendidos sobre esa cantidad” (1).
Si hubiera ayuda para el negocio editorial, evidentemente, corresponden al editor. Solo para subvenciones directas, la Junta de Andalucía presupuestó millón y medio de euros, que se suman a las ayudas de otras instituciones oficiales de la región para obras de, por lo menos, 1500 ejemplares.
Se dice que el exagerado número de títulos editados anualmente en España y el comparativamente escaso número de ejemplares vendidos se debe a que los editores obtienen ingresos más seguros por las subvenciones que por ventas, para las que tendrían que invertir en promoción, distribución y comercialización.
Así, mi novela “El Viejo Río Grande”, evidentemente sin la calidad excepcional para que se hubiera vendido sin ayuda, no tuvo otra promoción por parte de la Editorial Almuzara que la aceptación de una invitación de un casino de Posadas para su presentación en un acto literario.
Pero en Palma del Río, donde la acción de la novela se centra, tardaron en llegar ejemplares del libro cuatro meses, a pesar de la demanda de las dos librerías locales. Palma del Río dista de Córdoba, sede de la Editorial, 53 kilómetros.
(1) Reproducción textual de cláusulas del contrato para la edición por Editorial Almuzara de “El viejo río Grande”).
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