Mal médico es el que en vez de aliviar la dolencia la agrava, y el tratamiento de Mariano Rajoy contra las secuelas de la epidemia Gürtel en Valencia es peor que la enfermedad porque la gangrena amenaza extenderse a todo el Partido Popular.
Madrid, uno de los focos en que los corruptores encontraron políticos del partido felices por dejarse corromper, atajó el contagio porque Esperanza Aguirre amputó sin vacilar a los miembros gangrenados.
Rajoy es un político al que paralizan sus titubeos, mientras que la Presidenta de la Comunidad de Madrid mantiene fría la cabeza y firme el pulso cuando la situación exige actuar sin vacilación.
Lo demostró cuando dos trásfugas del PSOE empañaron su elección como Presidenta de Madrid, en el atentado de la India y al apartar de la política a los implicados en el asunto Correa.
Rajoy sería posiblemente un Presidente del Gobierno memorable si no tuviera que intervenir en los asuntos del Estado, porque España atravesara un período de próspera tranquilidad y no hiciera falta nadie que la guiara.
Pero en una crisis económica a la que no se le ve final y que necesita mano firme para superarla, hace falta una política de acción como Esperanza Aguirre, y no un hombre bueno y abocado a interminables reflexiones como Mariano Rajoy.
Si, además de la economía el próximo presidente del Gobierno no se enfrentara a la acuciante necesidad de reajustar las obligaciones y responsabilidades del Gobierno Central, de las Comunidades Autónomas y de los Ayuntamientos, sería el momento de Rajoy.
Los palos de ciego que José Luis Rodríguez Zapatero ha dado en sus cinco años de gobierno han enconado la crisis económica, ha embarullado las relaciones entre comunidades autónomas y han agriado las disputas sociales.
Sería una temeridad que lo sucediera quien, aunque sepa lo que hay que hacer, carezca de determinación para hacerlo.
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