Lo ha sentenciado Zapatero, y punto en boca: en el desenlace del caso de la saharaui Aminatu Haidar “debe prevalecer el interés general”, el mantenimiento de las buenas relaciones entre España y Marruecos.
Y la experiencia enseña que la concordia entre los dos países depende de la diligencia con que el gobierno español acate lo que el Rey de Marruecos mande.
El chantaje al que la Monarquía alauí sometió a la España catatónica en la fase terminal de la esquizofrenia franquista coincidió con el inicio de la Monarquía Constitucional española.
Aquella España indefensa tuvo que ceder al gran chantaje de la Marcha Verde y abandonar el Sahara Occidental. La Monarquía Constitucional que nació al rebufo de aquella extorsión se ha habituado a ceder y el éxito ha enviciado a Marruecos en la extorsión impune a España.
Pero las circunstancias de aquél otoño de 1975 nada tienen que ver con la realidad actual de España, de Marruecos ni del mundo.
Faltaban 14 años para que cayera el Muro de Berlin y la Unión Soviética todavía aspiraba a una salida al Atlántico desde un Sahara Occidental bajo influencia de Argelia.
Las Democracias Occidentales toleraban con escrúpulos a la Dictadura de Franco, y acentuaban su repulsa por los fusilamientos de dos meses antes.
En España, el Dictador agonizaba desde que en Octubre contrajo gripe y las soterradas luchas internas por su herencia pasaron a ser navajeos cainitas.
La disputa interna por el poder se trasladaba a la lucha exterior en el conflicto hispanomarroquí: Jaime Piniés, embajador en las Naciones Unidas, abogaba por la facción proargelina, partidaria de completar el proceso de descolonización que culminaría en la independencia del Sahara Occidental.
Pedro Cortina, ministro español de asuntos exteriores, era considerado interlocutor no válido por Rabat, que lo acusaba de antimarroquí, y prefería entenderse con el ministro José Solís.
Era embajador en Rabat Adolfo Martín Gamero. Durante años había coincidido en Nueva York, donde era Cónsul General, con Piniés, al que voluntaria o involuntariamente disputaba la preeminencia como el funcionario español de mayor rango.
Llegué a Rabat el seis de Noviembre de 1975, el día en que comenzó la marcha verde, el oportunista desafío marroquí a una España paralizada para apoderarse del hasta entonces Sahara Español.
El embajador Adolfo Martín Gamero, el ministro consejero Amaro González Mesa y el secretario Pedro Gamero se veían obligados a recurrir a toda su profesionalidad para simular su desconcierto: Marruecos se echó atrás de un pacto inicial para que la marcha verde simbólica se suspendiera en cuanto la vanguardia de los 300.000 movilizados atravesara la frontera, para iniciar conversaciones en Madrid.
El Rey se había ido a Agadir y el embajador solo pudo hablar con Mohamed Benhima, el único ministro que se había quedado en Rabat. Cuando Martín Gamero le hizo ver el peligro de que hubiera bajas marroquíes si la Marcha Verde se internaba en el Sahara, replicó: “Sa Majesté á dejá 30.000 marocains rayés” (“Su Majestad ya da por perdidos 30.000 marrquíes”).
(Cuando, finalizada la Marcha Verde, asistí en Rabat a una conferencia de prensa convocada por el Rey, oí contestar a Hassa II a la pregunta de si había tenido en cuenta la posibilidad de que hubieran muerto muchos marroquíes en la Marcha Verde: “Estimamos que la recuperación de las provincias del sur bien valía “la moisson de un année de naissances en Maroc”(la cosecha de un año de nacimientos).
En Marruecos, la vida de Aminatu Haidar sigue siendo—como cuando la Marcha Verde—una simple moneda para pagar objetivos políticos, pero la España de 2009 ya no está aislada, sino que forma parte de la Europa Comunitaria en la que necesita vender sus tomates Marruecos.
Los Estados Unidos ya no necesitan a Marruecos para frenar el expansionismo argelino-soviético y a la monarquía alauita, que tan provechosamente ha utilizado el chantaje en sus tratos con España, puede que le siente bien su medicina.
Al gobierno español le bastaría con mostrarse neutral—y no parcial hacia Marruecos como hasta ahora—en el conflicto saharaui-marroquí.
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