“En estos tiempos de penuria”-- rumió entre dientes Salomón Cabeza Sagaz-- “ hasta los sentimientos deben dosificarse con tacañería”.
El Ditero y Ramón Pichaymedia, los sufridos acólitos de Alfonso Décimo en la tertulia de viejos, lo miraron como si hubiera dicho que, aunque fuera jueves, hacía calor.
--“Lo digo porque Manuel Molares, un amigo de mi heterónimo Miguel Higueras”—aclaró Salomón—“me llama enemigo jurado de Zapatero, al que dice que detesto”.
--“Es que, si no es verdad”—le reprochó El Ditero—“por lo menos lo parece”.
Salomón le explicó que, para compensar el almíbar de sueldo y cargo, al Presidente del Gobierno le corresponde el sinsabor de la crítica.
--“Ya hará méritos el que lo suceda, y lo está deseando aunque después se queje”,- los tranquilizó Alfonso Décimo—“para que lo pongamos a caer de un burro”.
Naturalmente, y como Salomón quería, El Ditero y Pichaymedia cayeron ingenuamente en la trampa de la provocación y arremetieron contra el provocador.
Alfonso Décimo, transmutado en la representación búdica de Shidarta Gautama, los escuchaba con los ojos entornados como si oyera la mansa caída de la lluvia en una fría noche invernal.
--“Naturalmente que soy un envidioso”—les concedió—“porque también a mí me hubiera gustado ir a China y Japón a aclararles a los mandamases de allí que “La Roja” no es ni Pilar Bardem ni Dolores Ibarruri”.
El Ditero, para el que todo el monte es orégano, lo retó:
--“Pues deberías haberte dedicado a la política de joven para no envidiar a los políticos cuando eres ya viejo”.
En ese momento trascendental, Salomón citó a William Tecumesh Sherman, con la solemnidad debida: “Si proponen mi candidatura para algún cargo no aceptaré y, si me eligen, no lo ejerceré”.
En una insólita alianza, Ramón Pichaymedia se unió al Ditero para afearle a Salomón que, si renunciaba a servir al Estado, apoyara a quienes lo hicieran.
--“Lo haría si”—les replicó¬-“los políticos sirvieran al Estado y no se sirvieran de él. Si su compromiso con la Administración fuera temporal y no una forma de vida. Si imitaran a Lucio Quincio Cincinato y no a Giulio Andreotti, que desde 1946 vive de la política”.
Les recordó que quinientos años antes de que Cristo naciera, el Senado Romano acudió a Cincinato, mientras estaba arando su finca, a rogarle que aceptara ser dictador para salvar a la República de la amenaza de los ecuos. Accedió a regañadientes y derrotó a los enemigos de Roma.
A los seis dias de haberla aceptado y cuando cumplió la misión que el Estado le pidió, renunció al poder absoluto y volvió a su arado.
--“A ciudadanos como Cincinato los admiro. De políticos como los que tenemos en España, lo más piadoso que se me ocurre”—sentenció—“es tomármelos a cachondeo”.
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