Para
Juan Calvino, al que se atribuye el fundamento doctrinal del capitalismo, “unas
madres tienen los pechos llenos y otras secos, porque Dios quiere que unos
hijos se críen en la abundancia y otros en la escasez”.
Fue
uno de los padres de la reforma protestante que predicó desde Ginebra. Sostenía
que “si todo acontecimiento favorable es una bendición de Dios y toda desgracia
es maldición divina, ni la casualidad ni la suerte tienen nada que ver con lo
que les ocurre a los hombres”.
La
interpretación que de la Biblia
hicieron Calvino y otros teólogos de la reforma protestante acabó con el
monopolio que la jerarquía papal se atribuía en la interpretación de las
Sagradas Escrituras.
Los de
la reforma protestante reivindicaban que era la fé y no las obras de cada u no,
lo que decidía la salvación o la condena del alma de los cristianos, negaban la
capacidad papal de perdonar pecados a cambio de la compra de bulas y proclamaban
el libre examen.
Consistía
en que cada creyente tenía derecho a interpretar `por sí mismo, sin la hasta
entonces incuestionable gucomoía clerical, las sagradas escrituras, con el
contrapeso de su propia responsabilidad por aciertos o errores.
El
equilibrio entre libertad y responsabilidad del libre examen preparó para
ejercer el autogobierno democrático a los pueblos que aceptaron la reforma
protestante.
Los
pueblos de la actual Italia, media Francia, Bélgica, Irlanda, y Portugal, a los
que España arrastró para defender el Papado y derrotar el protestantismo,
tienen mayores dificultades que los que
abrazaron la doctrina reformadora para ejercer el derecho a elegir
gobierno, aceptando cada votante como propio el acierto o el error del
resultado de la elección.
Calvino,
que atendió en sus enseñanzas a la influencia divina en la conducta humana,
reconoció la decisión divina en la desgracia, la fortuna o la salvación del
alma de los hombres.
En lo
que la Iglesia
enseñaba—y sigue enseñando—sobre la pobreza como virtud y la riqueza como
vicio, Calvino decía que depende de la voluntad divina que unos sean ricos y
otros pobres, como depende de la voluntad de Dios que una madre pueda amamantar
con abundancia a su hijo y otra lo haga con escasez.
Según
Calvino, Dios, desde Su Eternidad, y antes de crear al hombre, ya sabía quienes
eran los que se salvarían y quienes se condenarían.
La
pobreza o la riqueza de cada ser humano es, por tanto, señal de la
predestinación a salvarse o condenarse de quien sea rico o sea pobre.
Todo
este latazo que les he dado me lo inspiró escuchar a los católicos. apóstólicos
y romanos socialistas y comunistas españoles condenar la gestión privada de
parte de la sanidad y de la enseñanza.
Dicen,
para oponerse, que todo lo que se haga para ganar dinero es malo.
Retrucando
esa idiotez, hay que suponer que a comunistas y socialistas les parece que lo
que más cueste será mejor, que ganar por sí mismo lo que se necesita es malo y
que, lo que deben hacer los ciudadanos es exigirle al estado que los alimente,
vista, cure, aloje, y entretenga expropiando el dinero a quien lo tenga o pidiéndolo
prestado sin intención de devolverlo.
Culpa
todo, naturalmente de quien mandaba en España en el siglo XVI, Carlos I que,
más para defender los intereses familiares de los Habsburgo que los de España,
arruinó a los españoles y propició lo que, a largo plazo, ha desembocado en la
crisis de identidad, política, económica y de mayoría de edad como pueblo, que
es la actual España.
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