El
hombre dijo hace unos años, cuando todavía no había dejado de ser serio para
transformarse en el chisgarabís que ahora es,
que si el partido Unión Democrática del que es y era mandamás, hubiera trincado
dinero , dimitiría.
Ahora
que ha admitido que se ha quedado con parte de lo que lo acusaban, para que
dejaran de acusarlo por cantidades mayores distraídas, Durán dice que de lo
dicho no hay nada y que, de dimitir, menos todavía.
Aduce
el epítome catalán de la virtud política (virtud política y catalán han pasado
a ser términos antitéticos) que no se había enterado de que metían la mano sus
subordinados.
Será
de lo único que no se enteraba porque sabía hasta que los parados andaluces
pagaban sus copas en las tabernas de sus pueblos con dinero al que Durán Lérida
y su partido hubieran dado mejor empleo: gastándoselo en cava y no en montilla.
En
esta nación vieja y en permanente transformación que es España, la honestidad y
la maleancia parecían estar delimitadas por la geografía.
El sensato, formal e
irreprochable Durán Lérida localizaba la honradez en Cataluña y la truhanería en el extrarradio catalán, el Estado Español, sobre todo en Andalucía.
Eso
era hasta que el partido del catalanismo honesto, serio y formal del señor Durán
Lérida admitiera ante el juez que eran tan trincones como los trincones de
otras partes, al confesar que habían trincado una parte de lo que los acusaban,
para eludir un condena por la totalidad de lo que habían trincado.
Los
cándidos catalanes, de pronto, han pasado a tener más marcas de chorizos (Pujoles,
Montilla, Durán Lérida, etc) que Andalucía ´(Chaves, Griñán, Jesus Gil, que ni
siquiera eran andaluces).
La
representación de bonhomía, sensatez, honestidad y clarividencia de Durán Lérida en su próxima representación en
el Congreso de los Diputados se espera con enorme interés. ¿Provocará oleadas
de risas o riadas de lágrimas?
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