¿Puede esperarse que obedezcan la ley los
ciudadanos a los que, en lugar de alentarlos a cumplirla, se les aconseja contratar abogados que los
libren del pago de las sanciones?
Pues pagar una iguala para que un bufete de
abogados evite las multas de tráfico es el anuncio publicitario que repiten las
emisoras españolas de radio.
Todo el mundo sabe que, aunque la ley sea
igual para todos, el acusado que tenga dinero para contratar un abogado
prestigioso e influyente sale mejor librado que el defendido por un letrado de
oficio.
Sustitúyase la palabra dinero por la más
abstracta de influencia y tendremos la respuesta al misterio de que ningún
político sospechoso de apropiarse de lo que no le pertenece tenga que
comparecer ante la ley y, si lo hace, lo absuelvan.
Gobernantes arcangélicos, maleantes de alto
copete indultados por los gobernantes y sanciones de gravedad inversa a la
influencia y la cuenta corriente de los condenados es el retrato a brocha gorda
de la administración de la justicia en España.
Menudean tanto los casos denunciados de
corrupción política y es tan desalentadora su traducción en condenas que la
impunidad se achaca a connivencias mafiosas.
Es peor.
Porque la mafia de las películas
norteamericanas con que se compara la benevolencia española para con los
delincuentes poderosos tuvo un origen radicalmente distinto del mal que España
padece.
La mafia norteamericana fue siempre una actividad ajena al norteamericano de pura cepa, el WASP (blanco, anglosajón y protestante).
La delincuencia organizada inicial la
controlaban en la costa este de los estados unidos emigrantes, sobre todo
judíos e irlandeses.
Puede considerarse el viaje de Johnny Torrio de Nueva York a Chicago,
para apoyar las actividades delictivas de su tio Jim Colosimo el principio
de la mafia popularizada por el cine, y que se basa sobre todo en las
declaraciones ante un comité del senado de Joe Valacchi.
Al tinglado de delincuencia organizada que en el momento de la declaración
de Valachi controlaban los italoamericanos, la conocían por “la cosa Nostra”,
lo nuestro, se subdividía en varios grupos o “familias” y la estructura de todas
ellas era rígidamente jerárquica para que, en caso de que interviniera la justicia,
la responsabilidad recayera en los escalones inferiores de la organización.
En todos los casos, los grupos mafiosos de Estados Unidos surgieron por
iniciativa personal de malhechores que ampliaban a otros delincuentes.
Sobornaban a policías, jueces y políticos para conseguir la impunidad de
la justicia o, si eran juzgados y condenados, para reducir o paliar la condena.
Nada tiene que ver, pues, la delincuencia organizada de los Estados
Unidos con la de España, en la que gran parte de los delincuentes implicados en
casos de corrupción son gobernantes o miembros destacados de los partidos políticos
gobernantes.
Se parecen en que, como en los Estados Unidos la mafia se dividía en
familias que se repartían entre ellas territorios o actividades delictivas, mientras que en
España se organiza en torno a los partidos políticos.
Partidos o familias mafiosas tienen una estructura jerárquica similar,
ideada para alejar lo más posible de la acción de la justicia a los secretarios
generales o al capo di tutti capi.
En esencia, la diferencia fundamental entre la delincuencia organizada
de las películas de mafiosos y la situación en España es que la mafia es iniciativa
privada que contagia al estado para conseguir impunidad y que, en España, la
corrupción nace en las administraciones estatales y contamina a la sociedad.
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