Una de las promesas
de Mariano Rajoy para que su Partido Popular ganara las elecciones fue frenar
el crecimiento de la deuda pública (la suma de la deuda del estado central, las
comunidades autónomas y los ayuntamientos) , que el socialista Zapatero había
dejado en 734.962 millones, un 14, 2 por ciento más que el año anterior.
Los resultados del
año y medio de gobierno del Partido Popular bajo Mariano Rajoy indican que, en
vez de mejorar la gestión del Estado, la ha empeorado:
2012: 884.416
millones- 20,1 % más que 2011.
2013: (hasta
finales de Juio): 942.758 millones-
17,16%.
Esos números bastan para declarar
vanas las promesas de Rajoy, pero ojalá fuera solamente eso.
Avisan una vez más que el sistema
para administrar el Estado que sucedió al de Franco es, por lo menos, tan
ineficaz como el franquismo, la república, y la monarquía previa.
Ninguno de ellos solucionó
problemas permanentes de España como la educación, la concordia social, la
aceptación de España como unidad o la maduración de los ciudadanos para que, de
niños dependientes, pasen a adultos independientes.
Sin cambio de mentalidad de sus
ciudadanos para asumir sus propias
decisiones, y no dejarlas en manos ajenas (el estado, la Iglesia, los
sindicatos, el COI, la banca o la suerte), es imposible que el sistema de
gobierno llamado democracia tenga futuro en España,
Porque la democracia (el poder de
la gente) nace falsa si, en lugar de conquistarla el pueblo le es concedida,
como ocurrió en España.
Lo que distingue esencialmente a
la democracia de otros sistemas es que el poder nace en el pueblo y lo
representa el gobernante.
En sistemas dictatoriales o
personalistas el poder del pueblo eleva a la cumbre al que gobierna.
En España, sin embargo nace en el
que manda para que lo acepte el pueblo.
Las elecciones que se celebran
son una simple ratificación del que la burocracia del partido haya designado
para mandar.
Para que la democracia real y no
la ficticia se consolide en España (cuyo pueblo gritaba hasta hace dos siglos
“viva las cadenas” se requiere tanto tiempo como los ciudadanos de Inglaterra,
Suecia, Dinamarca, Francia y Holanda
tardaron en conseguirla.
Solo se habrá asentado la
democracia cuando el ciudadano se ruborice de que los demás lo ayuden, y no
exija y alardee de que el Estado lo haga.
En definitiva, cuando los
conceptos de deber y derecho se contrapesasen en la valoración de los
ciudadanos, asuman sus responsabilidades y solo desde la convicción honesta de
haberlas cumplido, reclamen sus derechos.
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