viernes, 1 de noviembre de 2013

DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIO A NO ANDAR-15-CRISIS ECONOMICAS DE LA ERA INDUSTRIAL


 Los episodios más o menos duraderos de escasez de alimentos que padeció la humanidad en algún lugar de la tierra fueron provocados por causas ajenas a la intervención del hombre: descensos o subidas bruscas de las temperaturas, mayor o menor pluviosidad o plagas y epidemias.
La crisis de 1843, la primera de la era industrial recién iniciada, fue la primera originada por la  sobrevaloración especulativa de las acciones de las compañias de ferrocarril. Treinta años más tarde, en 1873, la segunda crisis se debió a la inoportuna importación de cereales norteamericanos, mucho más baratos que los europeos.
La saturación del mercado provocó el pánico en las bolsas europeas y el desplome generalizado del precio de las acciones.
Meses más tarde se agravó con la quiebra de una potente entidad bancaria norteamericana y su propagación al resto del mundo se conoció como “la gran depresión”.
Aunque el pretexto de la primera guerra mundial fuera el asesinato de heredero de Austria por un nacionalista serbio, las tensiones entre los estados europeos después contendientes las alimentaba el descontento de Alemania y Francia por los términos de la Conferencia de Berlín en la que se repartió Africa, y la búsqueda de nuevos mercados y materias primas.
La aportación en hombres, máquinas y suministros de Estados Unidos a la guerra en Europa estimuló la producción industria y agrícola enviada y consumida en los países en guerra.
La euforia de la demanda y producción norteamericanas se mantuvo durante diez años, hasta que en el verano de 1929 se detectaron síntomas de saturación.
Esa frenética actividad norteamericana de la posguerra tenía cimientos poco de fiar porque la alimentaba la desenfrenada especulación bolsística y la compra de acciones a corto plazo.
Los especuladores llegaron a pagar hasta el 12 por ciento de interés a los bancos, por dinero con el que comprar a corto acciones que depositaban en un banco y que, en poco tiempo, habían subido sus cotizaciones muy por encima de la del precio de compra.
El pánico bursátil que provocó en la bolsa el desmoronamiento de ese sistema acarreó la ruina a millones de ciudadanos y a empresas norteamericanos, que se vieron obligados a repatriar de Europa las inversiones que habían  realizado en los países devastados por la guerra.
El regreso a Estados Unidos del capital invertido y de  los beneficios generados en Europa ahondó en Alemania, Francia y Gran Bretaña, sobre todo, la crisis económica en que los había sumido la guerra.
El retroceso social en los países afectados por la gran depresión del 29 y la radicalización política de los que más la sufrieron—obreros y baja burguesía- posibilitó la implantación de regimenes totalitarios en Rusia, Alemania, Italia y España.
El precio que la Humanidad tuvo que pagar para que la cotización media de las acciones de Wall Street recuperaran el valor del jueves negro (24 de Octubre de 1929), primero de los tres días del derrumbe, no llegó hasta 1956.
Necesitó el estímulo económico de la segunda guerra mundial, que hizo funcionar a toda caldera la economía de Europa, Estados Unidos, Japón y la de los neutrales que les vendían materias primas y alimentos, y la guerra de Corea.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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