Los
episodios más o menos duraderos de escasez de alimentos que padeció la
humanidad en algún lugar de la tierra fueron provocados por causas ajenas a la
intervención del hombre: descensos o subidas bruscas de las temperaturas, mayor
o menor pluviosidad o plagas y epidemias.
La
crisis de 1843, la primera de la era industrial recién iniciada, fue la primera
originada por la sobrevaloración
especulativa de las acciones de las compañias de ferrocarril. Treinta años más
tarde, en 1873, la segunda crisis se debió a la inoportuna importación de
cereales norteamericanos, mucho más baratos que los europeos.
La
saturación del mercado provocó el pánico en las bolsas europeas y el desplome
generalizado del precio de las acciones.
Meses
más tarde se agravó con la quiebra de una potente entidad bancaria
norteamericana y su propagación al resto del mundo se conoció como “la gran
depresión”.
Aunque
el pretexto de la primera guerra mundial fuera el asesinato de heredero de
Austria por un nacionalista serbio, las tensiones entre los estados europeos
después contendientes las alimentaba el descontento de Alemania y Francia por
los términos de la Conferencia
de Berlín en la que se repartió Africa, y la búsqueda de nuevos mercados y
materias primas.
La
aportación en hombres, máquinas y suministros de Estados Unidos a la guerra en
Europa estimuló la producción industria y agrícola enviada y consumida en los
países en guerra.
La
euforia de la demanda y producción norteamericanas se mantuvo durante diez
años, hasta que en el verano de 1929 se detectaron síntomas de saturación.
Esa
frenética actividad norteamericana de la posguerra tenía cimientos poco de fiar
porque la alimentaba la desenfrenada especulación bolsística y la compra de
acciones a corto plazo.
Los
especuladores llegaron a pagar hasta el 12 por ciento de interés a los bancos,
por dinero con el que comprar a corto acciones que depositaban en un banco y
que, en poco tiempo, habían subido sus cotizaciones muy por encima de la del
precio de compra.
El
pánico bursátil que provocó en la bolsa el desmoronamiento de ese sistema
acarreó la ruina a millones de ciudadanos y a empresas norteamericanos, que se
vieron obligados a repatriar de Europa las inversiones que habían realizado en los países devastados por la
guerra.
El
regreso a Estados Unidos del capital invertido y de los beneficios generados en Europa ahondó en
Alemania, Francia y Gran Bretaña, sobre todo, la crisis económica en que los
había sumido la guerra.
El
retroceso social en los países afectados por la gran depresión del 29 y la
radicalización política de los que más la sufrieron—obreros y baja burguesía-
posibilitó la implantación de regimenes totalitarios en Rusia, Alemania, Italia
y España.
El
precio que la Humanidad
tuvo que pagar para que la cotización media de las acciones de Wall Street
recuperaran el valor del jueves negro (24 de Octubre de 1929), primero de los
tres días del derrumbe, no llegó hasta 1956.
Necesitó
el estímulo económico de la segunda guerra mundial, que hizo funcionar a toda
caldera la economía de Europa, Estados Unidos, Japón y la de los neutrales que
les vendían materias primas y alimentos, y la guerra de Corea.
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