lunes, 11 de noviembre de 2013

DESDE QUE EL HOMBRE APRENDIO A NO ANDAR- 19 Y ULTIMO-EL FUTURO DEL PASADO




Hasta finales del siglo 20, el enemigo era claramente identificable: vivía dentro de unas fronteras conocidas, se diferenciaba en la raza, el color y la lengua, peleaba bajo una misma bandera y era súbdito de un mismo caudillo.
Eso cambió bruscamente y desde entonces, el enemigo convive y se confunde con el adversario al que quiere aniquilar, habla su misma lengua y no es a un rey o caudillo conocido e identificable al que obedece, sino a una idea global de la Divinidad, dueño exclusivo de todo el poder.
Sus fieles no reconocen otro poder civil, económico, político, judicial o militar que el de ese Dios, extremadamente celoso de que le arrebaten parte del poder que es todo suyo.
Su ley, difundida por su profeta, es la única ley y quien legisle al margen de ella le está arrebatando a Dios una partre de su omnipotencia.
No está permanente en ebullición ese celo religioso de sus fieles pero, si los arrebata un inesperado furor místico, corren peligro los que estén a szu alcance y no siguen al pié de la letra las leyes de su Dios.
Estoy hablando de los musulmanes y hay que aclarar que su peligro siempre latente se activa en circustancias de exaltación religiosa.
Si inidentificable es el enemigo, más difícil todavía es localizar el centro que irradia poder y con qué intensidad lo hace.
Los Estados, que antes aglutinaban todo el poder de la nación, han cedido parte de su soberanía al organismo burocrático coordinador de asociaciones estatales confederadas en las que la capacidad de decisión, (que al fin y al cabo eso es el poder) se diluye y enmascara.
Siempre han ido unidos poder político y poder económico y, durante el siglo anterior, fueron los estados fuertes, sobre todo los dictatoriales, los que determinaron la orientación económica.
Con el cambio de siglo se solidifica la sospecha de que el multinacionalismo de las corporaciones financieras e industriales es el que orienta el rumbo político general.
Si poder fuera la capacidad de influir en la sociedad, sería la alianza con el progreso tecnológico, que ha posibilitado la autonomía individual de transmitir información solo con un artilugio de poco costo, el poder real de los nuevos tiempos.
Si ese flujo de información es espontáneo o inducido por un único control es una sospecha sin confirmar, pero la capacidad técnica y la rentabilidad política de conseguirlo es una tentación irresistible.
El cambio de siglo ha traído otra  novedad revolucionaria, la contracolonización.
Hasta ahora, los pueblos colonizaban a otros pueblos para apropiarse de recursos que los colonizadores necesitaban y que los colonizados no apreciaban.
En ese intercambio claramente desfavorable, los colonizadores aportaban adicionalmente un bien que, a la larga, hacía ganadores del intercambio a los colonizados.
Ese bien intangible de los colonizadores era la mejora de la calidad de vida de los pueblos colonizados, al enseñarles a envidiar y esforzarse en asimilar la forma de vida de los colonizadores, siempre más benévola que la de sus costumbres tradicionales.
Sin colonización no se hubiera dado la posterior asimilación de los pueblos y territorios colonizados al ámbito de la civilización del que habían estado excluidos.
La colonización que las antiguas sociedades colonizadoras están padeciendo ahora supone un paso atrás en su búsqueda de mayor bienestar y, en muchos casos, también perjudica al emigrante, obligado az enfrfentarsse a desdichas para las que no estaba preparado. 
La mayor corriente migratoria mundial de la historia de la humanidad, que en los últimos cincuenta años desplazó a millones de ciudadanos de los países menos desarrollados a los más prósperos, ha causado desajustes inesperados.
En primer lugar, los emigrantes de sociedades menos avanzadas tienen que sufrir el largo y penoso proceso de renuncia a sus costumbres de procedencia para adoptar  las de su destino.
   Generalmente, el que llega a un país para encontrar trabajo y condiciones de vida mejores que en su país, a menudo no las encuentra o sufre un largo proceso de carencias hasta encontrarlas.
El colonizado por éstos colonizadores sufre el mismo proceso de ósmosis, pero adverso para sus intereses, que el de las colonizaciones tradicionales.
Los llegados a paises prósperos desde sociedades más pobres aspiran a un salario sólo mejor que el que obtenían, si es que trabajaban, en sus países de origen.
Si en su país de destino aceptan salarios inferiores a los que cobraban los locales por el mismo trabajo, el conflicto es inevitable y puede degenerar en racismo y xenofobia, más difíciles de anular que los desacuerdos salariales.
Pero, sean cuales sean las dificultades que el futuro depare al hombre, se enfrentará a los mismos impulsos de hace 40.000 años cuando, más o menos, apareció sobre la tierra: saciar el hambre, calmar el apetito sexual e imponer su poder sobre los demás.

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