Ingrata es la misión de los que, por interesarnos en todo lo que
preocupa al ser humano, somos conocidos por humanistas.
Nuestra tarea
es detectar, analizar y estudiar
cualquier preocupación de cualquier individuo de la raza humana para
comprenderla, hacerla nuestra y proponer soluciones evitando aconsejarlas, para
dejar al afectado la libertad de adoptarlas
o rechazarlas.
Así intentamos
cortar de raíz las preocupaciones individuales
antes de que degeneren en problemas sociales,
como lo es el fracaso de los representantes
españoles en el festival de Eurovisión.
He invocado al
decano de los humanistas, el indolente Salomón Cabeza Sagaz que, después de estudiar durante 48 segundos el
asunto, dijo:
--“El festival de
eurovisión nació como una competición
entre los países miembros de Eurovisión para que popularizaran fuera de sus fronteras su música
ligera nacional no sinfónica”.
La arrolladora pujanza de negocio del espectáculo norteamericano ya
era hegemónica en todo el mundo cuando nació el festival de eurovisión y, para
adaptarse a esa tendencia, todos los países participantes imitaron el modo
estadounidense de forma creciente y copiaron la coreografía, la música y hasta
el idioma de sus representantes en el festival.
Lo de eurovisión pasó
a ser así una competición musical de piezas mayoritariamente idénticas en lugar
de escaparates nacionales de sus músicas
locales.
España se encuentra
desde hace años ante una disyuntiva: dejar que su representante en eurovisión
siga fracasando al imitar el modo anglófilo de exposición de la música española
o atreverse a presentar miniespectáculos genuinamente españoles de su cultura
folklórica.
Si se atrevieran a
hacerlo, además, las comunidades autónomas encontrarían su razón de ser
positiva, además de la ruinosa de enchufar deudos de los políticos para que
coman caliente.
Supongamos que los
españoles decidieran utilizar el festival de eurovisión como ocasión de dar a
conocer su música y que a cada región autonómica le correspondieran por orden seleccionar
al representante de su música para que representara a España entera.
Andalucía, que es
la primera de ellas por orden alfabético, montaría un decorado que, con lienzos
blancos imitando el interior blanqueado de una casa andaluza, incluiría un reloj de
pared parado, una mesa camilla con enaguas, y una silla de enea en el centro
del escenario.
Un gitano viejo,
renegrido y gordo saldría acompañado por un guitarrista patilludo, calvo y
esmirriado que después de que el gitano gordo se hubiera acomodado en la silla,
carraspeado y escupido, empezaría a rasgar las cuerdas de la guitarra.
Una pareja de viejos
de cara arrugada, él con una faja ciñéndole la estrecha cintura y ella con
un clavel en el pelo y una falda
desflecada, comenzarían a acompañar con su contoneo los jipíos de la soleá del gordo.
Cuando el turno le
llegue a Aragón, una grupo numeroso de mañas y maños, con bastones y,
cachirulos ellos y ellas con sus vistosas faldas cortas, harían coro y bailarían
la jota de un jotero cejijunto y de pelo alborotado.
Los vascos cantarían un zortziko acompasado por los
hachazos a sus gordos troncos de dos robustos aizkolaris y Castilla-La Mancha
montaría un escenariio que reprodujera la parva en una era y al trillo tirado
por una mula mientras suena la voz rota de un canto de trilla.
---“Y si a los
europeos no les gusta eso, que se aguanten. Peor resultado que con el sistema
de ahora de baladas extranjeras” –concluyó Salomón Cabeza Sagaz, al que a sus
espaldas llaman Alfonso el Sabio—“no podemos conseguir”.
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