Como promesa de político, la de Mariano Rajoy de bajar los impuestos consistirá en lo contrario: retocar los porcentajes que los contribuyentes pagan ahora sobre rentas y compras para que el Estado recaude más.
Si la recaudación fiscal del Estado sube y no baja es porque los impuestos no bajarán sino que subirán.
No cabía esperar lo contrario porque este Estado insaciable de la Constitución de 1978 estuvo genéticamente programado para engordar al mismo ritmo que adelgazara la renta real disponible de sus ciudadanos.
Su objetivo, que inexorablemente está cumpliendo, es que todo lo que los españoles ganen con su trabajo sea manejado por el Estado.
Y lo peor es que no hay posibilidad de vuelta atrás porque toda protesta será rechazada porque las decidió un gobierno democráticamente electo.
Es verdad solo a medias porque los candidatos a esas elecciones son designados personalmente por el que ocupe la cúspide piramidal de los partidos políticos, sin contar con los electores que, de hecho, solo pueden rechazar o ratificar al candidato.
Esta sistema electoral, en la que como en las dictaduras el poder real desciende de la cima a la base y no sube de la base a la cima, lo han llamado democracia los que lo inventaron y manejan.
De hecho, y más que a las democracias de nuestro ámbito, el método de gobierno español puede equipararse así a los regímenes del nazi Hitler y el comunista Stalin, en los que el Estado no era una herramienta de los ciudadanos, sino que eran los ciudadanos herramientas del Estado.
Ha llegado a esa aberración la sociedad española como consecuencia del desarrollo de la aplicación de dos de los tres derechos proclamados por los enciclopedistas y esparcidos con las armas por Napoleón: libertad e igualdad.
Fraternidad, el tercero de esos derechos, es un sentimiento íntimo que no se puede imponer ni legislar.
De los tres derechos, el de libertad es el que, por ser el hombre el único ser de la creación dotado de la inteligencia necesaria para controlar sus instintos, es natural en el hombre que, hasta sometido a la esclavitud más abyecta, conservará su libertad de pensamiento y seguirá siendo libre.
Puede, se intenta y a veces se consigue, limitar y entorpecer la libertad natural del ser humano sometiéndola a la prevalencia de la antinatural igualdad.
Todos los seres humanos somos distintos en morfología, capacidad de esfuerzo, preparación, inteligencia y suerte, por lo que cada uno ocupa en la escala social el rango que adquiera gracias al desarrollo de esas virtudes naturales.
Libertad e igualdad son los dos principios en pugna por la orientación de la sociedad, y que encarnan los partidos políticos que, por agruparse casualmente en escaños opuestos en la Asamblea Nacional francesa, se conocen desde entonces como de derechas o de izquierdas.
La sociedad española se gestó sin libertad, de la que en ningún momento de su historia ha disfrutado el pueblo, sometido siempre a la igualdad estratificada en clases a la obediencia a reyes, nobles, clero, terratenientes, caciques y políticos.
¿Cómo puede valorar la libertad un pueblo que nunca la ha conocido?
Ni siquiera en algo tan íntimo comos la salvación de su alma ha podido seguir el español los dictados de su propia conciencia sin someterse a las normas, leyes, prohibiciones y dictados de la jerarquía religiosa, aliada con el poder civil.
Un régimen que se fundamente en la libertad,reducirá al mínimo la intromisión del Estado en la sociedad y dejará a los ciudadanos la personal que, sumada a la de los demás y estimulada por la competencia entre ellos, potenciará el bienestar general.
Es al que tenga la igualdad como objetivo social el que necesita un Estado protagonista para redistribuir entre los que, por su menor esfuerzo, talento, preparación o suerte dispongan de menos rentas,, detrayéndolas de las que perciben más por su mayor esfuerzo, talento, preparación o suerte.
La Constitución de 1978, promulgada como punto de partida para que el pueblo recuperara la libertad que nunca había disfrutado, transfirió el poder de decisión del general dictador a los dictadores de cada uno de los partidos políticos.
Cambió la titularidad del que mandaba a los españoles, para heredarla el secretario general o presidente del partido político que gana unas elecciones en las que a los votantes solo le queda el derecho de ratificar o no a los propuestos por sus partidos.
Los españoles, que siempre fueron esclavos de los que mandaban, son ahora esclavos de los que mandan.
Es esclavo el ser humano que trabaja para un amo que gestiona, administra y disfruta la renta generada por el trabajo de su esclavo.
Lo peor de todo es que, a lo largo de la historia, no ha habido ningún régimen de monopolio del poder que haya evolucionado pacíficamente hasta desembocar en un sistema de reparto equitativo de la responsabilidad y obligación personal del trabajo y del disfrute en libertad de las rentas generadas por el trabajo, la dedicación, el talento, la preparación y la suerte de cada uno.
¿Merece la pena la violencia que desencadene la revolución que dé paso a un nuevo régimen que establezca su propia tiranía?
Si la recaudación fiscal del Estado sube y no baja es porque los impuestos no bajarán sino que subirán.
No cabía esperar lo contrario porque este Estado insaciable de la Constitución de 1978 estuvo genéticamente programado para engordar al mismo ritmo que adelgazara la renta real disponible de sus ciudadanos.
Su objetivo, que inexorablemente está cumpliendo, es que todo lo que los españoles ganen con su trabajo sea manejado por el Estado.
Y lo peor es que no hay posibilidad de vuelta atrás porque toda protesta será rechazada porque las decidió un gobierno democráticamente electo.
Es verdad solo a medias porque los candidatos a esas elecciones son designados personalmente por el que ocupe la cúspide piramidal de los partidos políticos, sin contar con los electores que, de hecho, solo pueden rechazar o ratificar al candidato.
Esta sistema electoral, en la que como en las dictaduras el poder real desciende de la cima a la base y no sube de la base a la cima, lo han llamado democracia los que lo inventaron y manejan.
De hecho, y más que a las democracias de nuestro ámbito, el método de gobierno español puede equipararse así a los regímenes del nazi Hitler y el comunista Stalin, en los que el Estado no era una herramienta de los ciudadanos, sino que eran los ciudadanos herramientas del Estado.
Ha llegado a esa aberración la sociedad española como consecuencia del desarrollo de la aplicación de dos de los tres derechos proclamados por los enciclopedistas y esparcidos con las armas por Napoleón: libertad e igualdad.
Fraternidad, el tercero de esos derechos, es un sentimiento íntimo que no se puede imponer ni legislar.
De los tres derechos, el de libertad es el que, por ser el hombre el único ser de la creación dotado de la inteligencia necesaria para controlar sus instintos, es natural en el hombre que, hasta sometido a la esclavitud más abyecta, conservará su libertad de pensamiento y seguirá siendo libre.
Puede, se intenta y a veces se consigue, limitar y entorpecer la libertad natural del ser humano sometiéndola a la prevalencia de la antinatural igualdad.
Todos los seres humanos somos distintos en morfología, capacidad de esfuerzo, preparación, inteligencia y suerte, por lo que cada uno ocupa en la escala social el rango que adquiera gracias al desarrollo de esas virtudes naturales.
Libertad e igualdad son los dos principios en pugna por la orientación de la sociedad, y que encarnan los partidos políticos que, por agruparse casualmente en escaños opuestos en la Asamblea Nacional francesa, se conocen desde entonces como de derechas o de izquierdas.
La sociedad española se gestó sin libertad, de la que en ningún momento de su historia ha disfrutado el pueblo, sometido siempre a la igualdad estratificada en clases a la obediencia a reyes, nobles, clero, terratenientes, caciques y políticos.
¿Cómo puede valorar la libertad un pueblo que nunca la ha conocido?
Ni siquiera en algo tan íntimo comos la salvación de su alma ha podido seguir el español los dictados de su propia conciencia sin someterse a las normas, leyes, prohibiciones y dictados de la jerarquía religiosa, aliada con el poder civil.
Un régimen que se fundamente en la libertad,reducirá al mínimo la intromisión del Estado en la sociedad y dejará a los ciudadanos la personal que, sumada a la de los demás y estimulada por la competencia entre ellos, potenciará el bienestar general.
Es al que tenga la igualdad como objetivo social el que necesita un Estado protagonista para redistribuir entre los que, por su menor esfuerzo, talento, preparación o suerte dispongan de menos rentas,, detrayéndolas de las que perciben más por su mayor esfuerzo, talento, preparación o suerte.
La Constitución de 1978, promulgada como punto de partida para que el pueblo recuperara la libertad que nunca había disfrutado, transfirió el poder de decisión del general dictador a los dictadores de cada uno de los partidos políticos.
Cambió la titularidad del que mandaba a los españoles, para heredarla el secretario general o presidente del partido político que gana unas elecciones en las que a los votantes solo le queda el derecho de ratificar o no a los propuestos por sus partidos.
Los españoles, que siempre fueron esclavos de los que mandaban, son ahora esclavos de los que mandan.
Es esclavo el ser humano que trabaja para un amo que gestiona, administra y disfruta la renta generada por el trabajo de su esclavo.
Lo peor de todo es que, a lo largo de la historia, no ha habido ningún régimen de monopolio del poder que haya evolucionado pacíficamente hasta desembocar en un sistema de reparto equitativo de la responsabilidad y obligación personal del trabajo y del disfrute en libertad de las rentas generadas por el trabajo, la dedicación, el talento, la preparación y la suerte de cada uno.
¿Merece la pena la violencia que desencadene la revolución que dé paso a un nuevo régimen que establezca su propia tiranía?
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