Uno de mis viejos
colegas de profesión me llamó desconcertado por el resultado en Andalucía de las
elecciones al Parlamento Europeo de ayer.
“No es posible”—me recriminó—“que
el PSOE haya aumentado su porcentaje de voto con relación a 2009, cuando todavía
no se hablaba de los escándalos de los que se acusa a los socialistas y que,
por el contrario, haya bajado el porcentaje de los populares, que no están
implicados en Andalucía en ningún escándalo”.
Habría podido explicarle a mi
ingenuo amigo que no todas las personas ni todos los pueblos somos iguales y
que la honestidad puede ser virtud para unos y falta de iniciativa para otros.
Si hubiera sido andaluz, podría haberle
insinuado y lo habría entendido que el que puede quedarse con lo que no es suyo
y no lo hace es tonto y que, para gobernar, no sirven los tontos sino los
listos.
Esas y muchas más explicaciones le
habría podido dar de por qué los andaluces premiamos la iniciativa del ladrón y
castigamos la pasividad del honrado pero, como no lo hubiera podido entender
por no ser andaluz, me limité a contestarle:
--Las cosas…
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