Los elogios al esfuerzo personal de Rafael
Nadal como explicación de sus triunfos encubren el cinismo de los que aplauden
o la pérdida general de la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Porque, ¿cómo
es posible que una sociedad como la española, que con tanto entusiasmo se ha
apuntado a la vida birlonga elogie, el esfuerzo sobrehumano de Nadal?.
En esta España
en la que los más viven de la apropiación de las plusvalías que generan los menos, Nadal es un mal
ejemplo.
Y para que no
se multiplique el número de nadales, es urgente poner remedio fiscal para
disuadir a los que intenten imitar al tenista.
Si, como se
dice, la retribución monetaria que consiguió ayer al ganar la novena Roland
Garrós asciende a 1.300.000 euros, debería pagar a Hacienda todo lo que exceda
al equivalente del salario mínimo durante los dias que haya durado la
competición.
Lo que así
recaude el Estado debería repartirse entre todos los ciudadanos que, por las
condiciones abusivas impuestas para poder participar en el torneo, no pudieron
hacerlo.
Hay que poner
pié en pared antes de que el nocivo efecto Nadal se propague y parezca normal
que cada cual gane según sus méritos y rendimientos. Fascismo puro.
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