Los blogueros
y tertulianos tienen alborotado el gallinero político con sus cacareos para que
los españoles dejen de portarse como lo que son y empiecen a parecer lo que
deberían ser.
Doble
despropósito: el primero, que cada cual
es como es, por lo que no puede esperarse de un español que se porte como un
británico y, el segundo, que la solución al problema no está en el futuro, sino
en el pasado.
Ante todo, hay
que descartar la reforma de la
Constitución como mecanismo para que los españoles dejen de
ser díscolos y rapaces y, por arte de birlibirloque, se transmuten en
obedientes y generosos.
La norma de
comportamiento que haría de España un Paraíso próspero como Suiza, honesto como
un cenobio y feliz como el final de un cuento no se alcanza adelantando el
futuro, sino volviendo al pasado.
Concretamente,
al 19 de Marzo de 1812, fecha de la promulgación de la primera constitución, que
se conoce por La Pepa
y que. si los españoles fueran sensatos y no como son, mantendrían siempre en
vigor o, por lo menos, el artículo sexto del segundo capítulo que transcribo:
Art. 6. El amor de la Patria es una de las
principales obligaciones de todos los españoles y, asimismo, el ser justos y
benéficos.
Solamente puede mejorarse
esa norma, complementándola con el castigo único y sin formación de causa del
que la infrinja: ser privado del honor de ser español y desterrado a Afganistán,
donde carecerá de los atributos que confiere la nacionalidad española: comer
jamón, embutidos ibéricos y ahogarse en manzanilla.
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