En el mundo
animal del que el hombre forma parte, el más fuerte es el que manda, los más
débiles obedecen y, si alguno de ellos no está conforme, desafía al jefe, se le
enfrenta cuerno a cuerno o dentellada a dentellada y, si le gana, se queda con
el poder y echa de la manada al perdedor.
A ese sistema
de mando que sus congéneres irracionales practican sin calificarlo desde que en
el mundo brotó la primera hierba, los más cuentistas de los humanos, los polítólogos,
lo llaman dictadura.
La llamen como
la llamen, la única manera de mandar que ha conocido el hombre es la dictadura,
más o menos disfrazada para que, los obligados a obedecer, no se ofendan y hagan
de buena gana lo que les digan que hagan, y tranquilicen su conciencia con la
convicción de que el que manda ha ordenado lo que ellos le han encargado que
ordene.
Como no hay nadie
tan feliz como el que aprende a ignorar sus desgracias, los que viven bajo una
dictadura real se sienten agradecidos por vivir bajo una democracia ficticia.
Dictadura es mandar
sin oposición, por lo que si a una parte de los gobernados se les permite
oponerse al que manda, deja de haber dictadura y lo llaman democracia.
Un síntoma delator
de que lo que asola España desde 1978 no es democracia, sino dictadura, es que unos
invocan la falta de consenso para justificar su oposición a las leyes que
proponga el PP y el PP deja de aprobar leyes por falta de consenso.
Y es que todos
los españoles tienen nostalgia de aquél régimen anterior que, al no permitir
discrepancia pública, eximía a los gobernados de su capacidad de manifestar su
crítica y, por lo tanto, descargar en el dictador la responsabilidad de todos
los errores de sus decisiones.
Un suponer: Bibiana
Aído, una ministra con conocimientos humanistas, que de todo sabía y que no
necesitaba contrastar su opinión con las de otros para acertar, reformó para
ampliar la gama de aspirantes al aborto una ley anterior y algo más restrictiva,
de su propio partido.
La hizo
aprobar sin esperar ni intentar el consenso con partidos de ideologías menos
radicales.
Ahora, el PP,
que se comprometió a modificar la ley aprobada sin consenso por la Aído , ha incumplido su
promesa electoral porque carecía de consenso.
Pues si las
leyes son buenas porque todos las apoyan y malas porque a los que les costaría
cumplirla no les gusta, la solución es evidente:
Volvamos los
españoles a restablecer la Dictadura ,
en la que manda el que manda y la oposición se calla o va a la cárcel.
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