Al hablar
castellano, solo en muy contadas ocasiones se usa la expresión “pensamiento
ilusorio”, eso que en inglés llaman whisful thinking y que consiste en creer ciegamente que es
cierto lo que uno desea ardientemente que sea verdad.
La suegra del
más ilustre periodista- dibujante español definía esa torpe desviación de manera más explícita: “Siempre
vive de ilusiones el tonto de los cojones”.
Y así ha
vuelto a pasar esta mañana: cuando sonó a las diez el despertador, me saludó la
voz emocionada, impaciente y alegre del locutor de noticias anunciando que
Arturo Mas había decidido, por fin, entrar en razón y desconvocar el referendum
para la independencia de Cataluña.
Cuando minutos
después habló Mas a la ansiosa multitud de radioyentes que esperaban la anhelada
buena nueva, su gozo volvió a caer en el pozo de la consternación: el
referéndum será el dia 9 de noviembre, como desde el primer momento dijo.
Y ahora ya,
tras la desilusión porque el tal referendum no haya sido desconvocado ¿qué
nuevos sufrimientos podemos temer para darle sentido a nuestras vidas?
No hay
sufrimiento más sensato que el de padecerlo después de que sobrevenga y no
antes y, sin vivir sus consecuencias, no anticipar la certeza de que serán
perjudiciales porque, ¿en qué cambiaría mi vida si Cataluña dejara de formar
parte de España?
En éstos
tiempos en los que se ha hecho natural que dos que no se lleven bien se separen
aunque perjudique a los hijos que no tienen culpa del cambio de humor de los
que se quieren separar, ¿qué importa que una región quiera dejar de ser parte
de la estructura administrativa de la que ha formado parte?
Si Cataluña se
hiciera independiente, ¿qué perderían los españoles además de la distracción de
apostar consigo mismos si lograrán o no la independencia?
Hay algo que,
estoy convencido, no cambiará: el concepto España, tan arraigado desde hace
siglos entre los habitantes de todos los países desde que la civilización
actual comenzó, seguirá siendo el mismo, con Cataluña y sin Cataluña.
Y será la
misma España que, de desde la peña escarpada de Roncesvalles, se extendió por
casi 40 millones de kilómetros cuadrados en toda la tierra y de la que, entre
otros territorios desgajados posteriormente, formaba parte Cataluña.
En todo caso,
Cataluña sería, como las Marianas o Yucatán, Cuba o Puerto Rico, un territorio
más que en tiempos formó parte de España.
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