domingo, 30 de noviembre de 2014

A PROPOSITO DEL ESTADO



La discusión sobre la utilidad, las funciones y el grado de intromisión del Estado en la sociedad es ocupación de ociosos, los únicos seres capaces de emplear su tiempo sin buscarle provecho.
En ese intrascendente pasatiempo, una raya marca las fronteras entre quienes creen que el Estado corrige los instintos negativos del individuo y los que opinan que los exacerba, amparándose en la impunidad de su propio poder.
Necesariamente, el germen del Estado actual debió ser el convencimiento entre dos individuos de que, si aunaban sus esfuerzos, resolverían mejor un problema común que cada uno por su cuenta.
Pero, antes de esa asociación temporal y específica, los individuos ya tenían instintos similares que, para satisfacerlos, los enfrentaba: alimentarse, reproducirse y mandar para no tener que obedecer.
Como herramienta humana, el Estado engloba en su funcionamiento esos tres objetivos vitales básicos del hombre que, para satisfacerlos individualmente, concertará alianzas temporales y parciales con  otros individuos a los que intentará dominar una vez logrados esos fines comunes.
El Estado, por eso, ni vicia ni ennoblece al ciudadano sino que sirve de herramienta para satisfacer la pasión del que lo domine.
El Estado es, en definitiva, una alianza original de individuos para lograr fines comunes pactados, que margina, castiga y elimina al o a los individuos que discrepen de la interpretación que los administradores del Estado hagan de esos fines o esos intereses.

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