lunes, 1 de diciembre de 2014

LO DE LOS HINCHAS



Hablar es una distracción barata, por lo que cualquier pretexto es bueno para dires y diretes,  hablar por hablar, para no estar callado para, en fin, escuchar lo bien que suena la propia voz, ladre o berree.
Los dires de éste lunes primero de diciembre se centran en la trifulca previamente organizada por dos bandas de individuos, que adoptan cada una de ellas la afición a un equipo de fútbol, para dar suelta a su tendencia a matar o morir.
No he leído ni oído ningún direte al dicho aburridamente condenatorio de la manera tan peculiar en que los dos grupos ocasionalmente rivales resolvieron un problema común, el de dar suelta a la tensión que hacía un sinvivir de sus vidas.
Pero, si hasta el demonio es bueno porque su maldad permite calibrar la bondad contraria, algo de provecho podría obtenerse del incidente de junto al Manzanares, demasiado poco río para tan gran ciudad.
¿Y si las tensiones internas y la presión de la violencia que desasosegaba a los rivales ocasionales la hubieran descargado en gente pacífica, inocente, sabiamente cobarde?
Porque el descontento con uno mismo que genera la violencia necesita  descompresión, gradual o  explosiva, controlada o desatada.
Más de un guantazo a esposa, hijos, cuñados, colegas de trabajo o sacristanes sin roquete se evitaron, seguramente, gracias a los guantazos, moquetes y patadas que tan entusiástica y liberalmente se repartieron los del Manzanares.
Así que, mala es la violencia si la sufre quien no la busca pero si la reparte y la padece el que voluntariamente la quiere, ¿a quién daña?
Personalmente, lo único que me disgustó del choque de hinchas que todos condenan es que no lo hubieran televisado.
Habría sido un espectáculo mucho más entretenido y apasionante que la más violenta película, naturalmente precedida del rutinario aviso: “basada en hechos reales”.

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