Hablar es una
distracción barata, por lo que cualquier pretexto es bueno para dires y
diretes, hablar por hablar, para no
estar callado para, en fin, escuchar lo bien que suena la propia voz, ladre o
berree.
Los dires de
éste lunes primero de diciembre se centran en la trifulca previamente
organizada por dos bandas de individuos, que adoptan cada una de ellas la
afición a un equipo de fútbol, para dar suelta a su tendencia a matar o morir.
No he leído ni
oído ningún direte al dicho aburridamente condenatorio de la manera tan
peculiar en que los dos grupos ocasionalmente rivales resolvieron un problema
común, el de dar suelta a la tensión que hacía un sinvivir de sus vidas.
Pero, si hasta
el demonio es bueno porque su maldad permite calibrar la bondad contraria, algo
de provecho podría obtenerse del incidente de junto al Manzanares, demasiado
poco río para tan gran ciudad.
¿Y si las
tensiones internas y la presión de la violencia que desasosegaba a los rivales
ocasionales la hubieran descargado en gente pacífica, inocente, sabiamente
cobarde?
Porque el
descontento con uno mismo que genera la violencia necesita descompresión, gradual o explosiva, controlada o desatada.
Más de un
guantazo a esposa, hijos, cuñados, colegas de trabajo o sacristanes sin roquete
se evitaron, seguramente, gracias a los guantazos, moquetes y patadas que tan
entusiástica y liberalmente se repartieron los del Manzanares.
Así que, mala
es la violencia si la sufre quien no la busca pero si la reparte y la padece el
que voluntariamente la quiere, ¿a quién daña?
Personalmente,
lo único que me disgustó del choque de hinchas que todos condenan es que no lo
hubieran televisado.
Habría sido un
espectáculo mucho más entretenido y apasionante que la más violenta película,
naturalmente precedida del rutinario aviso: “basada en hechos reales”.
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