Un amigo gallego de cuyo
nombre no me acuerdo aunque haya pedido prestada la memoria de un par de
compañeros suyos y míos, contaba una historia que refleja la relación entre Cataluña
y el resto de España.
En los meses de verbena, un
paisano pedía bailar a una señorita y, de repente, pasaba del galanteo festivo
y la más negra tristeza.
Intrigada por el cambio de
carácter, la señorita le preguntaba la razón y, después de insistir un tiempo
razonable, el paisano accedía a revelarle su secreto.
En esencia, su cambio de
talante se debía a su orfandad. Criado sin padre ni madre que le dieran cariño,
se había hecho insociable, antipático, y le negaban su cariño todos los que lo
conocían.
Movida a compasión, la
señorita lo animaba a tener esperanza en que algún día encontraría el cariño
que le faltaba.
El pícaro, en ese momento,
iniciaba su ataque final : “Señorita””. le suplicaba—“déjeme que le eche un
palito, que soy huérfano”.
“Era el que más ligaba”, se
decía admirado mi amigo que, para mí, era el protagonista del cuento.
Como la falta de cariño
de Cataluña, incomprendida por el gobierno y por todas las regiones o autonomías
de España, siempre agraviada, triste en
su orfandad.
La Cataluña que, como el paisano de las ferias gallegas, también
ahora echará el palito por el que ha
montado el tinglado del agravio y la falta de cariño.
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