De modo que,
para acabar con la acción corruptora de los políticos que ha degenerado en ésta
España corrupta, se encarga a esos políticos de buscar y proponer remedios.
Lo prudente
sería que quedaran radicalmente excluidos de debatir y acordar soluciones a los
problemas todos aquellos que los hubieran provocado.
Así, esa
tenida del congreso sobre corrupción, en la que los sospechosos de generarla y
extenderla dicen que van a proponer medidas para atajarla, es como un akelarre
(akel=macho cabrío) en que las brujas invocaran al diablo para combatir el
pecado.
Dejando
mixtificaciones, hipocresías y embustes al margen, los reunidos en la sesión
del congreso de los diputados españoles éste jueves 27 de noviembre deberían
estar celebrando lo bien que les ha salido la trapisonda que empezaron a urdir
hace 39 años.
Entonces se
confabularon para repartirse las mieles del poder de las que los había privado
uno más listo y más implacable que ellos.
Lo consiguieron y, en paz y consenso, desde entonces se
repartieron el botín que dejó el dictador hasta que, desbocadas las ambiciones de
cada uno, se han dado en acusarse entre sí de que unos roban más que los otros.
El plenario anticorrupción
del Congreso de los Diputados no es más que una sesión de terapia de grupo, con
la peculiaridad de que, en vez de que cada paciente admita en voz alta sus
dolencias, proclame las del adversario.
De lo que
tratan los diputados en esa sesión no es de encontrar soluciones eficaces a la
cuestión debatida, sino de engrupir.
Engrupir: en
Argentina y Chile, mentir a sabiendas.
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