Ni el cacharro
ese que tienen en Suiza llamado acelerador de partículas, que sirve hasta para
acertar el euromillones, sería capaz de averiguar cómo sería el mundo actual si
los diligentes no se hubieran empeñado en mejorarlo.
Porque, y es
impresión propia, si los indolentes hubiéramos impuesto la sabia propuesta de
dejar para mañana lo que tengas que hacer hoy, no habrían surgido muchos de los
problemas que hoy agobian a la humanidad.
No hubo suerte
porque siempre ha estado mal visto ser indolente y, de rechazo, se ha inducido
a los niños de todas las generaciones a que sean trabajadores y diligentes.
¿Se imaginan un
mundo en el que Stalin o Hitler se hubieran dedicado a la vida birlonga, a
bailar tangos, beber desenfrenadamente y no darle un palo al agua?
¿Y si Colón se
hubiera contentado con echar barquitos de papel en el charco que dejaban las
lluvias frente a su casa?
Ahora, la mitad
de los españoles,(esos malvados diligentes, a los que su mala conciencia no los
deja dedicarse a la placentera ocupación de
no hacer nada), quieren cambiar la constitución, las normas éticas
aplicables a los políticos y, si antes no los frenan, hasta la polaridad de la
tierra.
A esos
malhechores bienintencionados no hay quien los pare porque, si los cambios que
proponen dan el resultado contrario al que buscan, culparán a la falta de
entusiasmo de quienes no les ayudaron lo suficiente.
Se explica el
permanente deterioro de la satisfacción humana por el ambiente en que
transcurre su vida por el predominio de los emprendedores sobre los apocados
que cada vez se acentúa más.
Y no hay
solución porque el hombre es el único animal que puede actuar y pensar
simultáneamente pero no se ha dado todavía ningún caso en el que esas
facultades las ejercite de manera equilibrada:
-Si piensa con
más intensidad de la que emplea en actuar, malo.
--Si actúa sin
sopesar las consecuencias de sus actos, peor.
Conclusión: el
que piensa y no actúa no hace daño, mientras que el que actúa sin pensar expone
a otros a sufrir las consecuencias de sus insensateces.
Los poetas no
se equivocan porque al soñar transmiten sus sueños de belleza y, de todos los
poemas de los poetas, el de Juan Ramón Jiménez en “Piedra y Cielo” es una
apología de la pasividad:
“¡No le toques
más,
que así es la
rosa!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario