Cuando un amigo
te pide algo, si eres amigo de verdad, intentas complacerlo y, si lo que te
pide te apetece hacerlo, lo haces con gusto. Ahí va:
El periodismo
que España necesita en éste siglo XXI es el que debería haber tenido desde que
se inventó la difusión de noticias de forma oral, posteriormente escrita y
ahora por todos los medios audiovisuales o informáticos.
El objetivo del periodismo
refleja lo que el que lo ejerza pretenda conseguir:
b) Ser notario
neutral de hechos que presencia y oye, sin emitir opinión propia que mediatice
el relato y atribuyendo a quien lo formule el juicio que el hecho le merezca.
b) Aprovechar el
relato del hecho noticiado para que el lector comparta la causa y opinión del
periodista.
El primer modelo
es preponderante en los países anglosajones y el segundo en los latinos, en los
que comenzó y sigue funcionando como panfleto en contra del adversario, para lo
que debe centrarse en enunciar y denunciar los supuestos vicios de la víctima y
en ocultar sus virtudes.
El periodismo
anglosajón, por el contrario, nació y conserva fundamentalmente el propósito comercial
de origen: informar del té, de los paños y de otras mercancías y de sus precios
que transportaba desde Inglaterra a Boston el barco que esperaba marea
favorable para entrar en puerto, o las oportunidades comerciales y de negocios
que ofrecían los barcos que salían o entraban en el puerto de Londres.
Opinión que
deforme la realidad en los países latinos frente a información neutral en los
anglosajones.
De esa manera, el
periodismo que España necesita ahora y ha necesitado siempre debe abstenerse de
guiar al lector por sendas que al periodista le parezca provechosa y desaconsejarle que continúe que por la que ha escogido.
El periodista no
es, pero debería ser, un simple técnico en la utilización eficaz de las
herramientas de comunicación, y convencerse de que la libertad de opinión es un
derecho de todos y cada uno de los ciudadanos.
El periodista que,
aprovechando la posición de ventaja que le facilita su manejo de un medio de comunicación
masiva intentara influir en la opinión de la gente, debería ser apartado de esas
funciones si no advierte previamente que sus opiniones son tan válidas como las
que pretende desautorizar.
Atreverse a aconsejar
al oyente o lector que prefiera la democracia a su contrario es igual de
abusivo que aconsejar que prefiera la dictadura a la democracia.
Al final, es una
cuestión de urbanidad: no aconsejar a quien no pida consejo y, si cae en la
tentación de aconsejar al que pide que lo hagas, nunca aconsejes sin advertir
que puedes estar equivocado.
Una persona
madura y un pueblo maduro no necesitan consejos, sino información neutral.
Alentar a que se
gobierne a sí mismo a un pueblo cuyos individuos sean incapaces de resolver sus
problemas sin tutela es un engaño interesado.
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