Dicen que los
programas televisivos que pomposamente se autotitulan como “de crítica social”,
y que no pasan de chismorreos de patio de casa de vecinos, cumplen una función
inapreciable.
Ni más ni
menos que la de satisfacer la curiosa voracidad por enterarse de los trapos
sucios de la gente bien, saciándolos con la exposición de las miserias de
famosos artificiales, que cobran por aparentar que descubren unos las flaquezas
de los otros.
Se inspiró el
inventor de eses gran invento, que con distintos títulos difunden con parecido
formato en sus horas de mayor audiencia las televisiones, en una estratagema
habitual de los vaqueros de Los Llanos de Venezuela:
Cuando tienen
que hacer que las reses atraviesen un río infectado de pirañas, obligan a la
menos valiosa a ser la primera en tirarse al agua y, mientras las pirañas la
devoran, el resto de la manada cruza el río aguas arriba.
Ha sido un
éxito evidente el invento para que la gente deje de interesarse por las
miserias de famosos de oro y se sacien con las miserias de famosas y famosos de
oropel.
Lo demuestra
que espacios de televisión que nada tendrían que ver con los de chismes hayan
imitado la fórmula y, así, las tertulias deportivas arrastran más seguidores
por las rencillas y velados insultos entre los tertulianos que por los asuntos
deportivos que deberían centrar su conversación.
Todo en éste
mundo de la televisión se limita a engrupir: hacer que los demás acepten como
genuino lo que tanto el que lo dice como el que lo escucha saben que es
mentira.
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