El furor
regeneracionista que sacude a la sociedad puede cambiar los usos y costumbres
que han hecho la convivencia en España incómoda, aunque tolerable.
Pero, ¿cómo
será la vida en que amenaza degenerar la que ahora disfrutamos si el marido un puede
pegar a su mujer, los políticos dejan de robar al Estado y los hinchas de fútbol
pasan de belicosos fanáticos a pasivos espectadores?
Deberían
estudiarse experiencias extranjeras similares:
Todavía quedan
algunos lisboetas que añoran los tiempos heroicos del Benfica, cuando sus
hinchas daban rituales palizas a sus mujeres si su equipo perdía el partido.
--“Ainda mais”,--me
contaban los que me enseñaron a conocer Portugal y a los portugueses—“si el
Benfica perdía un partido y el marido no le pegaba, la mujer sospechaba que la engañaba
con otra”.
Cuando la
cruzada contra palabrotas, insultos y agresiones en los campos de fútbol haya dado
los resultados que persigue, los aficionados acudirán a los campos no a dar
suelta a la tensión acumulada sino a disfrutar de una siesta reparadora tras un
almuerzo suculento.
Como la
campaña de amansamiento de los hinchas no ha hecho más que comenzar, dentro de
no mucho tiempo se habrá establecido si expresiones como “mecachis”, “córcholis”
o “vaya por Dios” serán o no merecedoras de castigo.
Para entonces,
la cruzada contra la asentada costumbre de los políticos de aprovechar el poder
de sus cargos para salir de pobres ya habrá conseguido lo que ahora parece imposible:
que se conformen con ganar solamente lo que establezca el salario fijado para
su cargo.
Los sociólogos
de guardia, que ya hacen encuestas a destajo, atisban cómo será la sociedad
española tras esas campañas regeneracionistas:
1.- La mitad
de la población emigrará a países que sigan siendo como España es ahora.
2.-La mitad que
soporte la nueva España y siga viviendo en ella, dedicará 16 de las 24 horas
del día a mandar tuiters, faisbus y cartas al director para que vuelvan las
costumbres anteriores a las campañas regeneracionistas.
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